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Pilar Garcés

EL DESLIZ

Pilar Garcés

La nomofobia de doña Sofía

No sin mi móvil. La reina emérita sumó a su estilismo de luto por Isabel II un ‘smartphone’ colgando de una carcasa de plástico. Debe sentirse insegura quedándose sin cobertura

Ilustración: La nomofobia de doña Sofía Elisa Martínez

Una de las cosas más interesantes de las exequias interminables de Isabel II ha consistido en observar los mensajes encriptados que las allegadas enviaban a la finada a través de sus joyas. Nosotros, el vulgo, nos tenemos que conformar con mandar un ramo de flores con ‘tus amigas del colegio no te olvidan’ escrito en una banda, o una corona con la nota ‘de la familia de Palma’. Ellas pueden hilar más finolis, pues siempre habrá una persona experta en descifrar protocolos escondidos detrás de aderezos cargados de leyenda y cuyo valor equivale al presupuesto anual de una empresa mediana. Verbigracia: Camila, consorte de Carlos III, lució un broche perteneciente a la reina Victoria. La pieza conmemoraba el jubileo de diamantes de aquella, y el recado era que su suegra pulverizó los 63 años de reinado récord de la otra monarca. Por su lado, Catalina Middleton llevó unos pendientes de diamantes y perlas de Bahréin, y un collar de cuatro vueltas de perlas regalo del gobierno de Japón. En este caso, el aviso de ambas alhajas era doble, de recuerdo a su propietaria recién fallecida y a Lady Di, que también las tomó prestadas en actos oficiales. Meghan Markle, la discreta duquesa de Sussex, lució en todas las ocasiones las mismas perlas que recibió como regalo de bodas de la abuela de su marido porque su enemistad con la monarquía británica ha mermado sus posibilidades de acceder a ornamentos históricos. Incluso la pequeña Carlota, hija del heredero Guillermo, portó un broche de brillantes regalo de su bisabuela en forma de herradura, que rememoraba la pasión de la reina por los caballos. Percibo los homenajes cruzados entre Camila, Diana de Gales, Catalina, Meghan e Isabel II como una nube de furiosas energías enfrentadas sobre el féretro regio, un enjambre de rencores compitiendo.

También la reina emérita española Sofía portaba una joya reveladora en su excéntrico atuendo, ese abrigo negro con lentejuelas que ha generado algún desconcierto entre los amantes del estricto protocolo y que ha sido interpretado como una intención de la madre de Felipe VI de no pasar precisamente desapercibida en Londres: aquí estamos yo y mi brilli brilli. Se trataba de un broche de perlas que perteneció a la condesa de Barcelona, progenitora de su marido, y que ejemplificaría un deseo de resaltar su vínculo matrimonial, demostrando al mundo que no está roto. Me extrañaría que este mensaje tenga la potencia suficiente para contrarrestar los documentales sobre Juan Carlos I y sus amoríos que están arrasando en audiencia, o el goteo de noticias judiciales sobre el emérito, desterrado de facto y evitado por su sucesor, pero buen intento. De todos modos, otro complemento añadido a su luto ha resultado tan chocante que opaca cualquier alarde de reafirmación y empoderamiento vía atuendo. Y es que junto al broche de su suegra y al collar de perlas de su madre, a su llegada a Windsor para la última despedida a Isabel II de los más cercanos junto a su hijo, doña Sofía llevaba su móvil colgado en bandolera de una carcasa de plástico con cordón. Un guiño millennial, dicen los mejor pensados. Un horror para los clásicos. O el miedo a permanecer lejos del teléfono, la famosa nomofobia, que revela según los entendidos un estado de ansiedad, la necesidad de atención y conexión permanente. La reina emérita no quiere quedarse sin cobertura. Manda un Whatsapp desde Abu Dabi, que sepamos que has llegado bien.

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