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Carles Francino

Esta casa es una ruina

I gual ha llegado el momento de cambiar los códigos: olvidémonos de las dos Españas divididas entre derecha e izquierda; ya sé que eso también existe, pero la separación de verdad se marca entre ricos y pobres. El periodista Javier Ruiz acaba de ganar el premio Espasa con un ensayo titulado Edificio España: el peligro de la desigualdad, donde exprime la metáfora del país como una comunidad de vecinos. Y los datos que aporta son aterradores; también esclarecedores. El 20% de la población vive en el sótano de ese edificio y sus ingresos apenas llegan, en el mejor de los casos, a 15.000 euros anuales. Los habitantes del ático, en cambio, disponen de una horquilla de entre 48.000 y casi 300.000. Pero es que además el ascensor -social- de la casa hace tiempo que no funciona. O sea, que si naces en el sótano vas a tener muy complicado llegar a los pisos más altos.

Esta misma semana se ha publicado un estudio que lo confirma: un niño de 9 años de familia rica, de los del ático, le lleva casi dos cursos de ventaja a otro que vive en el sótano. No hay ningún discurso pomposo sobre esfuerzo y meritocracia que pueda disimular esa brecha. Quizá por eso en algunos de los barrios más pobres de España, tres de cada cuatro electores ya no votan; y en los más pudientes se invierte la tendencia: votan tres de cada cuatro.

Las consecuencias políticas y sociales de este perverso mapa económico creo que explican, al menos en parte, la crisis existencial de las democracias: demasiados cadáveres en el camino. Por tanto, no parecería descabellado plantear una reforma fiscal para que los que más tienen, más contribuyan. Pero muchos del ático no quieren, algunos incluso dicen que eso es de comunistas bolivarianos. Ni tampoco quieren los megarricos, claro, ellos juegan su propia liga. Así se entiende que un personaje como el rey tardío, Carlos III, pueda permitirse el lujo de heredar una fortuna de 400 millones y no pagar ni una libra de impuestos.

Definitivamente, esta casa -este mundo- es una ruina. Por no decir una mierda.

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