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Ramón Aguiló

escrito sin red

Ramón Aguiló

Lo que nos faltaba

Desde 2008 no levantamos cabeza. Que si la crisis de las subprime, que si el paro se dispara, que si los recortes de Rajoy, que si la ruina de las cajas de ahorro, que si la Gürtel y los papeles de Bárcenas, que si los Eres, que si la sedición del separatismo catalán, que si la moción de censura a Rajoy, que si Sánchez no cumple con la promesa de convocatoria inmediata de elecciones, que si promete no pactar con Podemos, que sí pacta con Podemos, ERC y EH Bildu, que si la pandemia y los decretos inconstitucionales, que si más de 150.000 muertos, que si el volcán de La Palma, que si la invasión de Ucrania. Cuando la inflación nos empobrece a todos, especialmente a los más pobres, cuando los sondeos apuntan a un cambio, cuando Sánchez anuncia que va a por todas, cuando los ministros insultan a coro a Feijóo, cuando se le aplasta con el reglamento del Senado y los ladridos del dóberman Ander Gil, cuando el Gobierno además de controlar al Congreso quiere hacerlo con el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional; cuando el sistema político es ya una tiranía que se elige cada cuatro años, parece que ya no es posible enmarañar más la trama y encenagar más el espacio público; cuando parecen insuficientes los 160 millones de euros en publicidad institucional del Gobierno más los incontables que provienen de empresas y organismos públicos para controlar la llamada prensa libre, a los sabios asesores de La Moncloa se les ha ocurrido una idea genial: una serie televisiva sobre los desvelos de Sánchez para conseguir que los ciudadanos sean más felices.

Tengo que reconocer que, por la pandemia y alguno de los achaques con los que nos obsequia la edad, he dejado de frecuentar los lugares donde quizá haya sido más feliz: los cines. Aunque no por ello he dejado de ver buenas películas, como Roma, de Cuarón, o Blade Runner 2049 de Villeneuve, por la televisión. Pero han sido las series lo que me ha proporcionado más entretenimiento. Recuerdo con cariño desde las más truculentas, como True Blood, pasando por otras con atmósfera mágica como True Detective, con unos insuperables Matthew McConaughey y Woody Harrelson, u otras como la basada en Fargo de los hermanos Coen, con el mismo título, derrochando humor negro y violencia; las de ciencia ficción como Black Mirror o Stranger Things; las que transitan por el glamour de la realeza como The Crown; House of Cards, con un desatado Kevin Spacey (dejé de seguirla cuando el presidente empezó a asesinar a media humanidad washingtoniana) y, como no, los entresijos menos asesinos de la política como Borgen. Mención aparte merecen series como Breaking Bad o Better call Saul con interpretaciones maravillosas de protagonistas y personajes inolvidables: Bryan Cranston, Aaron Paul, Dean Norris, Jonathan Banks, Bob Odenkirk. De las francesas, son muy correctas tanto Marseille como Recursos inhumanos o Versailles, pero la mejor para mí fue Oficina de infiltrados. Confieso menor dedicación a las españolas, aunque Antidisturbios me pareció aceptable como también me lo parecieron Crematorio, Fariña, Hierro (espléndida Candela Peña) o el desmadre de Arde Madrid. La que me ha hecho más feliz ha sido The Marvelous Mrs. Maisel con una maravillosa actriz, la neoyorquina Rachel Bronahan, ambientada en los comienzos de los sesenta, que cuenta las vicisitudes de una cómica actuando en el Gaslight, uno de los tugurios nocturnos donde se refugian solitarios, trasnochadores y demás noctívagos; acompañada de una familia estrambótica e hipocondríaca que hace las delicias de los seguidores de Woody Allen. Resucita a Lenny Bruce, el cómico juzgado por obscenidad, artista de la sátira política, religiosa, sexual, ejecutada con lenguaje agresivamente soez, que fue interpretado por Dustin Hoffman en Lenny, dirigida por Bob Fosse en los setenta.

Volviendo al titular, lo que nos faltaba era una serie sobre el día a día del presidente. Qué gran idea. Se ha visualizado en el BOE del 10 de setiembre. Constará de dos episodios de 45 minutos con posibilidad de una segunda temporada con dos episodios más. Pero en este país de la envidia y el rencor ya se han pronunciado los esbirros de las grandes empresas del Ibex, los que con falso estilo de objetividad periodística señalan hipotéticas transgresiones de la legalidad recurribles en la vía contencioso-administrativa y una desviación de poder de libro, en lo que denuncian, ¡hipócritas!, como una campaña de propaganda para remontar los sondeos y mantenerse en el poder. Les escuece en las meninges que, frente al inmenso poder económico de sus patrones, se alce retador y desacomplejado, dispuesto a la lucha, el más lúcido y coherente líder de la izquierda europea. La batalla está servida y planteada desde la fuerza de la mayoría de la clase media trabajadora, sin recurrir a anacronismos tercermundistas como «socialismo o muerte», que han enfatizado líderes derrotados por la historia y sus propios sueños. Sánchez lidera, no sólo la izquierda española, también la europea, en imparable movimiento de justicia e igualdad destinado a cambiar para siempre el triste futuro de servidumbre y pobreza que alimenta el neoliberalismo. Ya registran como sismógrafos las moquetas de catedralicios despachos el nerviosismo del dinero; sus moradores presienten que los grajos del crepúsculo baten las alas sobre sus cabezas.

Nadie como guionista de la serie sería más adecuado que el catedrático Tezanos, el que se atrevió, frente al rugir de la marabunta anti Sánchez, a decir alto y claro que se le tenían ganas por ser bien parecido, en parecido argumentario de otro héroe contemporáneo, Cristiano Ronaldo; el que se preguntó retóricamente que no atinaba a encontrar algo que Sánchez hubiera hecho mal. El catedrático es intelectual imprescindible para desentrañar la realidad, hace buena la reflexión de que cualquier análisis de ella es susceptible de ser cambiado en la medida que ella misma lo hace. Así, a la postración y lamido trasero a Alfonso Guerra le sucede un muy mejorado servicio a Pedro Sánchez. Pero necesitamos también la participación del verbo encendido de Adriana Lastra y la mirada aviesa de Ábalos, apoyado en el quicio de la mancebía. Recordando a Isaak Bábel, Sánchez se apresta a enarbolar el mazo de la historia para sacudir el yunque de los siglos venideros. ¡Temblad oligarcas, Sánchez va a por vosotros!

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