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Emma Riverola

Limón & vinagre

Emma Riverola

Tras la cortina

Pere Aragonès, presidente de la Generalitat de Catalunya

Pere Aragonès, en el acto de Esquerra Republicana con motivo de la Diada. Quique García / EFE

Tiberio Claudio Nerón Germánico nació en Lugdunum (actual Lyon) el año 10 a. C. Hijo de Antonia la Menor, sobrina del emperador Augusto e hija del militar Marco Antonio. Su madre lo despreciaba. «Es más tonto que mi hijo Claudio», solía ser uno de sus insultos preferidos. Pero Claudio no era tonto. De hecho, el alejamiento de la vida pública al que le obligó la familia favoreció su talla intelectual. Uno de sus maestros fue Tito Livio, el gran historiador. Nadie creía en Claudio, pero el destino lo colocó escondido tras una cortina mientras la guardia pretoriana asesinaba a su sobrino, el cruel y extravagante emperador Calígula. Allí lo encontraron lo soldados. Temblando. Temiendo por su vida. Pero, lejos de matarlo, lo nombraron emperador. Qué manipulable va a ser, pensó el Senado.

Pere Aragonès no tartamudea ni cojea -aunque más de uno ha jugado con las metáforas tontainas a cuenta de su altura-, pero su camino hacia la presidencia de la Generalitat tuvo algo -o todo- de circunstancial. Oriol Junqueras, en la cárcel. Marta Rovira, en Suiza. Y ahí estaba él. Siempre estuvo. Desde las juventudes de ERC (coreando aquel ‘Espanya ens roba’, su campaña más altisonante), hasta el Parlament, incluida la intervención del 155. Perfil discreto o talante dialogante suelen ser expresiones que se utilizan para describirle. Las positivas, claro. En las diatribas abundan el monaguillo, el cigronet, el niñato… Catálogo de descalificaciones para ahondar en la idea de que el cargo le queda grande, de que no está a la altura. De que, simplemente, se encontraba en el lugar y el momento adecuados.

Aragonès, hijo de hotelero y nieto de alcalde franquista, no levanta pasiones. Hasta aquí hay consenso. Prudente, le llaman los que quieren alabarle. También los que le desprecian. Quim Torra escribió de él en sus memorias que suele tener «un papel pasivo, ausente, sin intervenir». Siempre me he preguntado qué hacía Claudio tras la cortina cuando asesinaron a su sobrino. ¿Pasaba por allí y se acercó al oír el tumulto? ¿Se dedicaba a espiar al tirano y a estudiarlo en silencio, analizando sus conductas más bestiales? Quizá así aprendió a ser un soberano más cabal.

Mientras que Claudio emergió de la cortina, Aragonès parece actuar de forma contraria. Como si lo que pretendiera es colocar todo el procés tras la cortina. No la independencia, sino esa espiral altisonante que pretendía removerlo todo y, al final, ha acabado hundiendo al soberanismo en un charco de descontento. Colocarlo detrás de la cortina, decía. Bajar el volumen, rebajar la intensidad. ¿Qué son esos gritos que llegan de la calle?

Poner en sordina a la ANC ha sido una de las misiones de Aragonès. Que una entidad con diez años de vida, con una base social que no llega al 10% de la del RACC (un 5%, si atendemos a los que pagan la cuota) haya influido de forma tan determinante en la vida política catalana es todo un síntoma de la anomalía democrática que ha sufrido Catalunya durante los últimos años. Aragonès renunció a asistir a la manifestación de la Diada con la excusa de la beligerancia de la ANC contra los partidos (nada nuevo, por otra parte). Con un solo toque, situó a la entidad en la zona de los intolerantes y, de paso, a la bancada de Junts, que sí asistió al reclamo de la ANC. También a Puigdemont.

Pragmatismo

Sin despeinarse, ya ha anunciado que será difícil avanzar en la negociación de un referéndum antes de 2024 y ha elevado un grado el lenguaje de la concordia: «defender las ideas en positivo», «compartir con quien no piensa exactamente como tú», «mirar más lo que une»... Más exaltación que envía detrás del cortinaje. ¿Junqueras habla por boca de él, como tantos especulan? Es solo una posibilidad. Pero lejos de utilizar el tono mesiánico del presidente de ERC, Aragonès calla todo lo que puede y destila un tranquilo pragmatismo. Como quien lleva muchos años estudiando el escenario y trata de que el telón no le caiga encima en mitad de la actuación. Hace más por omisión que por acción.

Detrás de la cortina de Roma se escondía un estadista. Por ahora, Aragonès se centra en despejar el escenario de obstáculos y ruido. No recoge vítores ni flores, pero aquí se trata de esquivar los cuchillos. Con un poco de suerte, sus adversarios se matarán entre ellos. Si Pedro Sánchez revalida, el futuro puede serle propicio. ¿También en caso de un Gobierno del PP y Vox? A Claudio le sucedió Nerón. El que la leyenda sitúa tocando el arpa mientras Roma ardía.

Pere Aragonès, en el acto de Esquerra Republicana con motivo de la Diada.

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