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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Para comprender a Francisco

Anclado en su silla de ruedas, en ocasiones con rostro fatigado y en otras con su impecable sonrisa, el actual Sucesor de Pedro afronta la recta final de su pontificado, sin que sepamos a ciencia cierta cuánto pueda durar tal recta final. Se trata de un hombre más allá de los ochenta, aquejado por una fuerte crisis de su rodilla derecha que le incapacita para determinados movimientos, pero que a su vez se pasea por el mundo con una vigorosa insistencia, sobre todo en sus visitas a lugares con graves dificultades históricas o de urgencia ante la secularización de su sociedad. Pero mientras tanto, este argentino que nunca ha renunciado a su fuerte personalidad, va cerrando sus más poderosas intenciones en el gobierno eclesial, suscitando controversias dentro y fuera de la Iglesia Católica, que preside en nombre de Jesucristo. Las últimas semanas, en concreto, ha impulsado su obra de más hondo calado como es la Reforma de la Curia Romana, que los medios, en general, no han seguido con la intensidad y profundidad merecida.

Y es que, aunque parezca mentira, la Curia Romana es una pieza sustancial en la estructura eclesial, puesto que a ella se remiten para informar, en otras para pedir consejo y en fin para determinar qué personas deben de estar al frente de las diócesis en que la catolicidad se derrama por el entero mundo. Además, esta institución tan variopinta en lo relativo a sus miembros, y por supuesto tan unida al Papa de turno, controla la economía vaticana, de fuertes resonancias en la acción samaritana de la Iglesia. Hasta hace muy poco, tal estructura tenía un marcado talante técnico y un tanto impositivo, y resulta que Francisco, desde el comienzo de su pontificado, decidió otorgarle un perfil mucho más pastoral y, en fin, evangelizador, con un marcado acento fraternal y misericordioso, marca de fábrica de este pontificado. El Consejo de Cardenales que casi siempre ha acompañado a este papa en el gobierno de la Iglesia, ha sido el punto de apoyo a la hora de llevar adelante un reforma tan necesaria como compleja. Como siempre, las pasiones humanas, incluso las más santas, interfieren cambios como éste que afectan a personas concretas y a intereses de amplio calado. Es decir, una Reforma de amplio espectro teológico, dimensión que desde siempre suscita controversias sin cuento. No en vano, hay una teología fundamentalmente horizontalista y otra de cuño verticalista, como ya se ha debatido con ocasión del arranque del Sínodo de los obispos.

La Reforma de la Curia Romana lleva por título absolutamente significativo Predicate Evangelium, Predicad el Evangelio, es decir, una clara intención de que los instrumentos ejecutivos eclesiales respondan al mandato definitivo de Jesucristo: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura, bautizándola en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». De tal manera que toda institución eclesial, sea cual sea su naturaleza, o evangeliza y bautiza o queda al margen del deseo de su fundador. Está claro que evangelizar es proclamar la persona y vida de Jesucristo, en el que se ha manifestado la misericordia de Dios, y una misericordia que es perdón, que es fraternidad, que es justicia, que es esperanza. Para que nos entendamos, una misericordia samaritana, que abdica de todo poder para sustituirlo por un servicio descarado en beneficio de los más vulnerables, más pobres, más marginados de nuestra sociedad. Una «evangelización misericordiosa» que crea el ámbito teológicamente necesario para que tenga lugar el bautismo como signo de incorporación a la veda más interna del misterio de nuestro Dios. La Curia Romana del futuro ya inmediato dejará de estar tan atenta a controlar para entregarse a facilitar los mejores instrumentos evangelizadores y bautismales. Para nada se abandona su tarea más teológica, que es colaborar en la pureza de nuestra fe, pero se pone el acento en las diferentes ayudas y colaboraciones en favor de la proclamación de ese evangelio misericordioso que antes comentábamos.

Quién no comprenda tal intención papal significa que para nada ha comprendido la forma de concebir su ministerio en el caso del hombre venido de tan lejos y al que vemos en una silla de ruedas. Este papa no ha centralizado su papado, antes bien lo ha explosionado en beneficio de cada lugar en que la Iglesia Católica existe en beneficio de su correspondiente sociedad. Y por esta razón suscita controversia, porque no juega el juego del poder antes bien ha optado por ampliar la capacidad humanizadora eclesial que es consiguiente al Evangelio de Jesucristo. El juego se concreta en las diócesis, en las congregaciones religiosas, en los movimientos laicales, que, de una manera o de otra, mantienen una relación permanente con esta Curia Romana para mejor servir desde la convicción de que ser creyente católico es ser mejor ciudadano y mejor persona.

Comprender a Francisco, en fin, es aceptar y asumir que la Iglesia y todas sus instituciones existen para una proclamación del Evangelio Misericordioso puestos los pies en la tierra de nuestra sociedad. Todo lo demás, por interesante que pueda ser e incluso colaborar al desarrollo de esa proclamación, carece de la relevancia y del protagonismo de la misma. Y tengo la absoluta convicción de que el paso de Dios, por nuestra historia actual, pasa por la persona de este hombre ochentón que vemos en silla de ruedas, debilitado pero en absoluto vencido.

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