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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

El funeral que el exrey Juan Carlos jamás tendrá

El mal llamado «Emérito» sigue empeñado en complicarle la existencia a su hijo, el rey Felipe VI, al atender a la invitación «personal» que le han cursado en Londres

El coche fúnebre que lleva el ataúd de la Reina Isabel II llega a Edimburgo. EFE

L a tatarabuela de Juan Carlos de Borbón, Isabel II, acabó sus días en abril de 1904, 36 años después de su derrocamiento, en el apacible exilio de París. Su nieto, Alfonso XIII, no deseaba verla por Madrid. Cuando pasó a mejor vida se trasladaron sus restos mortales a España depositándolos en el «pudridero» de El Escorial sin mayores ceremonias. No hubo funeral de Estado ni exequias que se le asemejaran. Reposa en el panteón de reyes del monasterio. Allí no hay espacio, salvo que se acometa una ampliación, para lo que se requiere autorización de Patrimonio Nacional (del gobierno que esté entonces en ejercicio), para Juan Carlos; con su padre, Juan, tercero para los recalcitrantes monárquicos, se cubre el cupo disponible. Larga vida al padre de Felipe VI, que la disfrute en el Golfo Pérsico, porque cuando le ha dado por regresar a España el estropicio ha sido ensordecedor. Lo que no admite discrepancia son las ganas que el desterrado tiene de fastidiarle la vida a su hijo, de hacerle, cuando se presenta ocasión, soberanas puñetas. Con los abigarrados funerales, inacabables, de Isabel II, la inglesa, ha surgido otra oportunidad. Uno de sus periodistas palmeros había propalado, desde la emisora de la Conferencia Episcopal, que se abstendría de incordiar, pero no: invitación personal, por ser exrey, y a Londres va, junto a la que nominalmente es su mujer, Sofía de Grecia. En la capital del Reino cada vez más desunido tiene causa judicial abierta por Corinna Larsen, examante un tanto despechada. Es igual, brega por poner las cosas difíciles a su hijo y hay que maliciar que con usura a su nuera, Letizia, a la que odia sin ninguna cordialidad.

En esas estamos; el lunes, 19 de septiembre, junto a las testas coronadas de Europa, el emperador del Japón, los presidentes de los Estados Unidos y Francia y quienes son alguien en el planeta, Juan Carlos y Sofía acompañarán a los reyes Felipe y Letizia, institucional representación de España, en el funeral por el eterno descanso de Isabel II, la monarca que ha asistido impertérrita al desmoronamiento del Imperio británico del que se vislumbra evanescente recuerdo. Disponemos de una semana para que tertulias varias se atiborren con especulaciones acerca de si Felipe y su padre serán fotografiados juntos, sobre si Sofía departirá amigablemente con su oficial marido e incluso indagar acerca de si Corinna agitará sus innegables influencias para ser también invitada a los funerarios fastos. Sabroso manjar para ser golosamente devorado. Sucede que otra vez Juan Carlos pone en aprietos a Felipe VI; lo hace, reiterémoslo, deliberadamente, provisto de la suficiente mala leche para recordarle a su hijo que considera su situación manifiestamente injusta, que no es aceptable que se le obligue a residir fuera de España, que le encabrona que su final vaya a ser de parecidas hechuras a las de su tatarabuela, «la de los tristes destinos», quien fue decisiva para embridar las taras propias de la endogamia borbónica; no en balde le espetó a su hijo, Alfonso XII, «recuerda que eres Borbón gracias a mí». Tenemos a la saga de los Puigmoltó, cuyo ilustre antepasado, Enrique Puigmoltó y Mayans, fallecido en 1900, cuatro años antes que Isabel, aristócrata de rompe y rasga, amante de la Reina, pasa por ser el padre biológico de Alfonso XII. Desde luego Francisco de Asís, primo hermano de Isabel, su marido, no estaba programado para compartir la cama con la alegre soberana de las Españas.

El Gobierno de Pedro Sánchez, el «socialcomunista» execrado por las derechas echadas al monte, dispuestas a la reconquista del usurpado poder que por derecho divino eternamente les corresponde, otra vez se las tiene que ver con el asunto de gestionar el zafarrancho desencadenado por Juan Carlos. Preguntarse qué sería de la Monarquía en España de no disponer del sostén del PSOE no es retórico. Los tiempos disuelven certezas, instituciones. Suceden cosas inesperadas. Miremos a Ucrania. Quién pudo anticipar lo que está ocurriendo para desespero de Putin, que no asistirá a los funerales isabelinos.

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