Diario de Mallorca

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Juan José Company Orell

Turismo ma non troppo

Escucho y leo de forma constante manifestaciones de aquellos encargados de la Res Pública, tanto por parte de los que mandan como de los que mandan menos pero que abrigan incontenidas ganas de hacerlo algún día, que en muy razonables deseos manifiestan que se complacerían infinito con un menor aluvión de «guiris», de turistas, por aquello de la galopante masificación que suelen causar tales individuos e «individuas»; comprensibles son todos esos deseos que comparto en gran medida, pues yo mismo huyo de masificaciones tanto de foráneos como de autóctonos; todos disfrutamos de andar por calles recogidas y por senderos sin demasiada abundancia de nuestros semejantes pero da la casualidad que en este trozo de roca en medio del mar hace años se decidió, seguramente por algunos que ya no están entre nosotros, que la mejor modalidad de ganarse la vida era la de atender a esos tíos raros con sandalias y calcetines, pálidos de piel y que hablaban raro, y así algunos avispados de la época, no pocos de los cuales se habían visto relegados, para su entonces desgracia, en el reparto del patrimonio paterno a la posesión de marinas, arenales, tierras costeras infértiles y alguna que otra caleta rocosa (nuestro añorado Xesc tenía un monólogo delicioso y muy recomendable sobre el asunto), se convirtieron en los nuevos reyes Midas. Aquello era progreso para todos.

Lo malo es que como cualquier creación humana, y no pocas divinas, el invento se ha apoderado de nosotros; estamos en la posición del adicto a cualquier sustancia, sabemos que los excesos no son buenos pero carecemos de la voluntad y del coraje de privarnos de sus placeres. Ahora lo políticamente correcto es lo de la moderación; hay que moderar el número de turistas, hay que moderar el número de aviones, hay que moderar el número de cruceros y el desiderátum es comprensible y hasta deseable, lo que nadie explica es cómo vamos a conseguir que disminuyendo el número de los que nos visitan logremos que se siga ingresando la misma cantidad de pasta, se siga con la misma capacidad de empleo y que nuestra economía no se «modere» en igual porcentaje que los visitantes.

Es entendible que se perciba en la demasía de esos visitadores extranjeros un problema, y ciertamente el problema existe pues como isla que es la roqueta tiene sus limitaciones, y sobre el tema todo el mundo tiene su opinión; pero detrás de cada opinión sobre la cuestión no se percibe más que silencio y quizá sea por la razón que apuntaba Voltaire, quien decía que las opiniones han causado más problemas en esta pequeña tierra que las plagas y los terremotos y nadie quiere ser augur de calamidades. Sería quizá más higiénico que existiera algún tipo de norma de conducta que exigiera al perorante sobre un problema que a continuación de la parla aportara una posible solución, si todos los que se refieren a este concreto asunto se pronunciaran sobre un plausible remedio, por ventura solucionaríamos algo; pero no, nadie indica a que número de turistas hay que bajar la persiana, a qué nacionalidad debemos vetar la entrada, cuántos hoteles o restaurantes hay que cerrar, cuántos negocios de alquiler de coches, de transporte, de avituallamiento, cuántas tiendas de recuerdos de Mallorca hay que hacer desaparecer, y sobre todo qué vamos a hacer con todos los sobrevenidos innecesarios, porque a menos huéspedes menos manos serán necesarias para su atención, deducción a la que se llega sin precisar ningún Máster en economía por Deusto sino por simple sentido común. La derrama social; los que se queden mano sobre mano por una posible «moderación» del turismo, qué dinero van a tener para pagarse un café en el bar del barrio, o para comprar hilo para coser en la mercería; y sobre las personas que ¿no? viven directamente del turismo, pero que dependen en segundo o tercer grado de él, tampoco oigo o leo idea solucionadora alguna.

Qué duda cabe que en el carro de los que desearíamos un turismo de mejor calidad, menos impactante, más cuidadoso y que aportara los mismos beneficios que nos trae el actual y que además consiguiera que todos los mallorquines, de soca rel o de aluvión, mantuviéramos el estatus actual, sin perder un ápice de nuestra calidad de vida y manteniendo nuestro nivel social, estamos todos, faltaría más, pero la pregunta sigue sin ser contestada: ¿Cómo se hace?

Reconozco humildemente que no se me ocurre solución para tal problema, como no sea ponernos todos manos a la obra para encontrar un nuevo modo de ganarnos la vida antes de matar a la gallina ponedora o conseguir que nuestros turistas sean exclusivamente del gremio de esos 61 millones de millonarios que dicen que existen; permanezco abierto a escuchar con atención las posibles soluciones de los opinantes y partidarios de la simple y llana limitación de un turismo, ¿incómodo?, si; ¿masificado?, también; ¿sobrante?, tengo mis dudas; ¿innecesario?, seguro que no, ¿remediable?, quizás, pero necesario siempre. Nadie, en el ámbito opinante, parece dispuesto a arriesgar la exposición de una idea realizable, de un programa, forma o manera que nos permita «moderar» eso del turismo, y por ventura es porque, como decía John Cleese, nada detiene más efectivamente de ser creativo que el miedo a cometer un error. A lo mejor lo de Putin allí nos soluciona lo de la masificación aquí; ya veremos.

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