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Felipe Armendariz

PENSAMIENTOS

Felipe Armendáriz

¿Dónde están los epidemiólogos?

Los epidemiólogos han desaparecido de nuestras vidas. Y es un alivio. ¿Dónde están los epidemiólogos, virólogos y demás científicos que han marcado nuestro día a día durante meses o años?

Nadie echa en falta a Margarita Del Val Latorre, Daniel López Acuña o Adolfo García Sastre, por citar a unos pocos. Ni tan siquiera añoramos a Fernando Simón Soria, un experto muy en plan doméstico, de andar por casa y humano, por sus equivocaciones.

Seguro que ellos siguen pendientes de la covid-19, de sus variantes y de las vacunas más modernas y eficaces. ¿Tendrán mono televisivo? Puede que sí, pero su profesión es más importante y permanente que una pandemia temporal, por muy dañina que esta haya sido.

Su ciencia y pedagogía nos sirvió de pequeña luz en una época de máxima oscuridad. Sus palabras calmaron nuestra ansiedad y nos ayudaron a seguir adelante. Muchas gracias.

Otro gremio desaparecido es el de los vulcanólogos. Su protagonismo fue más breve y menos dramático. De sus nombres no me acuerdo. Pido disculpas. Sería bueno rescatar a algunos y que nos hablaran de la evolución del volcán de La Palma, de sus efectos, de las tareas de reconstrucción y de las posibilidades de que las erupciones se repitan, allí o en otro punto de España. Más ya no son noticia.

También han hecho mutis por el foro los generales y tenientes generales en la reserva que nos ilustraron en los primeros días de la guerra de Ucrania. Me gustó ver a militares aún jóvenes y que saben de lo que hablan. Frente al mar de conjeturas, desinformaciones y manipulaciones, estos generales nos dieron valoraciones técnicas, precisas y ajustadas a la realidad.

Hace tiempo de que los medios de comunicación prescindieron de su sabiduría. Ya nadie los llama para sacarlos del aburrimiento de unas jubilaciones prematuras e injustas. El escalafón es el escalafón y en la milicia, si no asciendes a tiempo, te mandan a la reserva (la nada) en un santiamén.

Ahora han sido reemplazados por una amalgama de expertos en asuntos internacionales, que lo mismo te hablan de armas sofisticadas, de las redes gasísticas o del transporte marítimo de cereales. Es decir: lo saben todo y lo ignoran todo.

Hay algo que sería horrible: Dios no lo quiera. La pesadilla consistiría en que epidemiólogos, vulcanólogos y exaltos cargos militares fueran sustituidos por especialistas en catástrofes nucleares.

El asunto de Zaporiyia es demencial. Ignoramos si Rusia o Ucrania tienen la culpa de la crítica situación de riesgo. Da igual: lo vamos a pagar todos. Es una ruleta rusa con la humanidad, en la que la ONU vuelve a evidenciar su impotencia congénita, pese a sus buenas intenciones. No traigamos el mal fario.

Los que sí están haciendo el agosto como asesores-salvadores son los economistas. Nombro a dos: Gonzalo Bernardos y José María O’Kean. Hay más, pero los dejo para otra ocasión. Todos son muy convincentes, pero unos tratan de calmar las aguas y otros las agitan. Las malas noticias financieras se suceden y los economistas de cabecera nos entretienen con sus teorías no demostradas.

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