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Emma Riverola

Safo en tiempos de guerra

Antígona y el Rey Edipo, la Ilíada y la Odisea… las grandes tragedias y epopeyas vienen a nuestra mente cuando evocamos la Antigua Grecia, pero no todos los versos cantaron batallas o traiciones.

Otros poemas iluminaron el Mediterráneo antiguo, ese mundo tan esplendoroso como violento. Safo, la gran poeta, nació en la isla de Lesbos, en el siglo VI antes de Cristo. De los 10.000 versos que se estima que escribió, apenas han quedado unos 200. En su mayoría, fragmentos en viejas copias en papiro encontradas en Egipto. El misterio rodea su vida. Fundó un círculo de mujeres jóvenes a las que enseñaba a leer y recitar poesía, a practicar el canto y la danza… El papa Gregorio VII mandó quemar todos sus manuscritos en 1073. Los monjes medievales no copiaron sus obras. La sensualidad, el amor y la libertad que emanaban sus versos se les antojaban más pecaminosos que la violencia de sus coetáneos.

El espíritu de Safo ha sido revivido -y reivindicado- por obra de Marta Pazos, María Folguera, Christina Rosenvinge y siete actrices en un poderoso espectáculo, sugestivo y provocador. Safo se estrenó en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, recaló en el Grec de Barcelona y continuará viajando por España. La obra, más que seguir un hilo narrativo, es una madeja colorista que exhala la alegría de amar y mostrarse, del cuerpo sin culpa, del alma desnuda. Las creadoras de este espectáculo no habrían podido escoger mejor momento para que resonaran los versos de Safo.

Estamos en guerra. Inevitablemente, estamos en guerra. No encontramos una elección más digna. Otra cosa es si le sumamos entusiasmo y ardor guerrero o tratamos de recordar que habíamos elegido el pacifismo como el camino a un mundo mejor. Exhibición militar en el Día Nacional de Francia, discursos cargados de retórica bélica, análisis informativos con alma de arengas… El léxico guerrero ya invadió los primeros meses de la pandemia: combatiremos, resistiremos, venceremos. Pero el bicho se ha quedado entre nosotros y no queda más que la coexistencia. Ahora, de nuevo resuenan las palabras de guerra. Solo que, esta vez, sí es la mano del hombre la que genera la tragedia. Entre tanto dolor, bienvenido el eco antiguo del amor y la ternura.

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