Un mes de vacaciones en mi pequeño pueblo de Castilla y León. Seis meses desde que VOX asumiera la Consejería de Agricultura, Ganadería y Desarrollo Rural. Por lo que oigo, no parece que esté siendo un camino de rosas. Quizás pensaban que con un par de soflamas identitarias y con algunos lugares comunes tenían ganado al sector, pero como dice la canción de Maria Ostiz: «Con una frase no se gana a un pueblo, ni con disfrazarse de poeta.

Leo un artículo publicado el 13 de agosto en InfoLibre: «La lucha entre SUMAR y VOX por la tercera plaza en las provincias pequeñas pueden decidir las próximas generales» y pienso, «vuelta la burra al trigo». Hace ya siete años que se lo dije a los de Unidas Podemos que estaban por el Congreso. La construcción de las mayorías de gobierno en España se apoya sobre las 25 provincias más rurales de este país que aportan 100 escaños al Congreso. La mayoría me miraban como de otro planeta. Alguno o alguna se quedaba pensando, pero a la postre, poco o nada se hizo, y seguimos instalados en el debate.

Últimamente, y digo últimamente refiriéndome a los últimos años, mucha gente me pregunta si los agricultores son de derechas o de izquierdas. Otras personas, estas en general vinculadas a las formaciones políticas y algunas de ellas de las Islas Baleares, me dicen de forma taxativa, «la gente del campo es conservadora, y no nos va a votar nunca». A las dos cuestiones siempre contesto de forma bastante simple. Como en todos los sectores, hay agricultores y agricultoras de izquierdas y los hay de derechas. Respecto a lo de conservadora, pues claramente. Como no va a ser gente conservadora si desde hace décadas lucha por resistir mientras ve como se ataca su forma de vida desde una sociedad que marcó su camino de modernidad asimilándolo al paradigma urbano. La gente del campo es conservadora porque necesita de forma imperiosa que se conserve su entorno para poder sobrevivir en él. Se sienten que preservan las tradiciones, la cultura, la forma de gestionar el paisaje, el territorio, la producción y elaboración de los alimentos, los conocimientos de la naturaleza y eso les hace ser conservadores. Pero este conservadurismo como valor no tiene por qué ser considerado como inmovilista o atávico. Quizás podríamos pensar que este conservadurismo los lleve a asumir posiciones ideológicas de izquierdas en cuanto a la defensa de lo común o de la economía y la producción local se trata.

La clase incómoda. Es el título de un libro publicado por el sociólogo inglés Theodor Shanin en el año 1972. Lleva por subtítulo Sociología política del campesinado en una sociedad en desarrollo – Rusia 1910 – 1925. El autor narra cómo en un país de más de 100 millones de campesinos y campesinas pobres y sumidos en relaciones feudales de la época zarista, recibieron la revolución bolchevique con sumo escepticismo. Los revolucionarios pensaron que los campesinos les esperarían con los brazos abiertos y que transitarían hacia un nuevo orden social, pero lo único que querían los campesinos era tierra para trabajar, algo que a los bolcheviques les sonó a pequeño-burgués. El final de esta dialéctica fue el sometimiento a la atroz colectivización estalinista. Hoy resulta imposible hablar de cooperativas agrarias más allá de la frontera del Danubio.

El sector agrario va a defender la soberanía alimentaria y la producción local. El sector agrario va a exigir una cadena alimentaria transparente y un precio justo y remunerador por sus productos. El sector agrario va a pedir que se establezcan reglas en el mercado mundial para que haya reciprocidad en las relaciones y los mismos estándares ambientales o sanitarios se apliquen en una dirección y otra. Va a pedir respeto a su actividad, a sus organizaciones, a sus tradiciones y a su cultura. Va a buscar la competitividad, la innovación y la calidad. En definitiva, seguirá despistando a unos y otros, pero a bien seguro, va a confiar en la palabra dada y en aquel que le demuestre compromiso honesto y concreto.