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Juan Cruz

Rosa Montero

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Limón & vinagre | La verdad de Rosa

Rosa Montero JOSE LUIS ROCA

La segunda novela de Rosa Montero, publicada en 1981, cuando ella tenía 32 años, no pudo tener competidora más obstinada que la ridícula idea del golpe de Estado que perpetraron el coronel Tejero y cientos de facciosos que estuvieron a punto de hacer saltar la Transición (y este país) por los aires. Aquello fue la noche de aquel 23 de febrero y la novela era La función Delta, que iba a ser publicada al día siguiente. El País, el periódico en el que trabajábamos los dos entonces (quien esto firma trabaja ahora en Prensa Ibérica), fue uno de los diarios amenazados, con otros muchos, por aquella intentona que iba en serio.

El ruido de sables, al que siempre se aludía entonces como metáfora, se hizo presente en destacamentos de toda España, pero sobre todo en Madrid y en Valencia, donde se escucharon más altas las bravatas. Cuando ya el rey mandó a desoír aquel sonido militar y las cosas empezaron a tener un cauce de posible resolución, antes de la madrugada, Rosa Montero, que tenía todo preparado para presentar su libro, recibió desde la Redacción la encomienda de escribir otra novela, esta vez con los elementos informativos que la Redacción había ido recopilando sobre el desarrollo de aquella locura.

Ella iba recibiendo desde cualquier sitio esas informaciones y, con una velocidad que tiene de ángel y de diablo, y que conserva intacta, para hablar, para escribir, para pensar, para ayudar al prójimo, para caminar, hizo una narración sin un gramo de grasa o de ficción, hecha como para ir a la imprenta. Fue el mejor libro instantáneo de aquel acontecimiento innoble que pudo hacer trizas España. Antes la habíamos visto escribir, en la Redacción, como posesa por una palabra o por una idea, a la velocidad del rayo, aporreando la máquina sin inquina, con convencimiento.

Inventó, sobre lo que ya estaba inventado por grandes del pasado, un nuevo modo de hacer entrevistas, aquellas que tienen en cuenta el alma del que habla y no solo los detalles, la hojarasca de la vida, de modo que desde Jomeini a Margaret Thatcher fueron descritos como habían sido, como eran e incluso como serían. En la entrevista a Orhan Pamuk, sin ir más lejos, le adivinó al turco que sería premio Nobel. En la novela de Javier Marías Tu rostro mañana hay un personaje decisivo que está facultado para imaginar cómo será mañana el rostro de las personas, y así era (ha sido, es) Rosa Montero, capaz de escribir ahora lo que pasará después con personajes que han transitado por su cedazo de preguntas hasta convertir sus retratos en los rostros totales de quienes le han prestado sus palabras y ellas las ha envuelto en el retrato total, también del futuro.

Su magisterio se escuchaba en el teclado; las pausas eran para fumar, pues entonces ella, como casi todo el mundo, fumaba como un carretero, pero en seguida que había hecho uso del pitillo volvía al teclado a escribir, de amor, decepción o de gloria, y sobre todo de las person as. Sus libros, novelas como Crónica del desamor, que fue el primero, en 1979, y como aquel en el que irrumpió Tejero para desbaratarle la presentación, La función Delta, así como otro tan decisivo en su vida, La ridícula idea de no volver a verte (2012), tratan de manera radical, obsesiva y también luminosa, sobre la condición humana.

El último de los citados tiene como arranque la vida sentimental de Madame Curie, pero en el trasfondo de su narración amanece de manera poderosa su historia de amor con Pablo Lizcano, periodista, escritor, su compañero arrancado por el cáncer de un mundo en el que fueron felices.

Junto a todos esos episodios que fueron el periodismo y la literatura, en la que ella ha brillado con ímpetu y sin desmayo (con desmayo solo para llorar cuando fue imprescindible), ha habido otra Rosa Montero que se conoce menos porque de eso no escribe libros, ni da declaraciones ni comparece en las redes, que es el de esta mujer que es, como Kim de la India, la amiga de todo el mundo, solidaria y desprendida. En los mundos animados a los que presta atención, las personas y los animales, no conoce desmayo en su pasión solidaria. Siempre está disponible. Hay dentro de su modo de ser como un chip extraño que le va comunicando a quién ayudar, a quiénes, y ella sabe de inmediato cómo hacerlo. Y, además, escribe, sigue escribiendo, y ahora ha publicado una novela, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), que veo leer en las playas, en los aviones, en el tren en el que viajo ahora, precisamente, hacia Baeza, donde hablaremos este miércoles sobre lo que escribió otro maestro, José Manuel Caballero Bonald.

Estos días, por cierto, la he visto zaherida en redes a Rosa por algo que no ocurrió, no hubiera ocurrido nunca: que ella había impulsado la idea de que no se leyera un libro concreto de una concreta autora. Era mentira, el peligro de la mentira siempre acechando. Una locura y una mentira. Ni Tejero pudo contra la verdad de Rosa.

La escritora Rosa Montero, en una foto del pasado mes de marzo.

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