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Juan Cruz

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Julia Otero, la voz que siempre regresa con la marea

Julia Otero.

Hay días que nacen para ser inolvidables. Y uno de esos días fue el 1 de agosto de 1999, en las llanuras de Laciana, León, donde este periodista acababa de entrevistar para la radio (la cadena Ser) a Eduardo Arroyo, que entre otras grandezas pictóricas era también un artista de la sátira española. Él miraba aquel paisaje como si fuera el lugar que podría representar a una España más callada que la altisonante de entonces, y de ahora. Pero, en la radio, ante aquel silencio, en este país que él amaba y zahería, ocurría de todo, y no todo era el silencio de aquel enorme páramo en el que hacer radio era un asesinato a la atmósfera. Así que cuando el técnico guardó los bártulos de grabar, el pintor ofreció vino para celebrar la alegría de la radio y el periodista enchufaba otra vez el móvil saltó en las redes una noticia ante la que el pintor, tan asombrado como quien lo había entrevistado, no pudo hacer otra cosa que imitarlo: el pintor exclamó «¡Joder!».

La noticia de ese día, cuando empezaba la temporada de las sustituciones, en la radio y en cualquier parte, era que Julia Otero había sido despedida de Onda Cero. Así que este 1 de agosto, tantos años después de aquel «¡joder!» de Eduardo Arroyo, el periodista no ha tenido otro remedio que rememorarlo, pues, como decía Fernando Arrabal para justificar su invención del movimiento pánico, la memoria, como el porvenir, actúa en golpes de teatro. Aquel despido fue mucho más que una bofetada a una profesional del periodismo. Era la expresión política, y mundana, del aquí mando yo del que se han apropiado los políticos, creyendo que también los medios son parte del jardín que heredan en seguida que se suben al machito. Julia Otero hacía, en la radio de Planeta, un trabajo formidable, que escuchaban desde mecánicos (lo sé de sobra) hasta catedráticos de universidad, pasando (era evidente) por políticos, aunque estos tienen también sus propios escuchas dentro y fuera de sus gabinetes.

Cuando pasó aquel terremoto, que puso de manifiesto la solidaridad que había con la actitud (que es una manera de la voz, y del pensamiento) de la gran periodista gallego catalana, o viceversa, se rompieron las costuras del silencio que suele amparar, por intereses a los que les viene bien que se calle todo Dios, decisiones tan agrestes. Pero Julia, a la que no calla ni el mal que manda a callar, dio algunas claves que entonces, como luego, como siempre, retrata la relación que el poder se guarda para incordiar, o para utilizar, a los medios. Dijo la directora defenestrada del programa de Onda Cero que algunas cosas le constaba para explicarse a sí misma, y para explicar, tan abrupta reacción. Ella había estado hacía nada con el director de la emisora, que además la invitó a conocer a su familia, y ni siquiera él sabía, y esto no era ironía, que la iba a despedir. Y, además, a ella le constaba que Ernesto Sáenz de Buruaga, que mandaba allí, y había mandado (a callar a otros, entre otras cosas) en Radiotelevisión Española, había dejado dicho que callada Julia era más guapa, y esa fue una serpiente que la mordió aquel día de verano, el 1 de agosto precisamente.

Fue un escalofrío en el medio, y en los medios, y fue tan alta la marea que al final, unos meses más tarde, aquella maldad que Julia arrastró con finura, la empresa, y acaso el poder que en definitiva había certificado la destitución, resolvió regresar al camino de la exactitud radiofónica y dejar la onda en su sitio. Julia regresó a los micrófonos, habiendo rechazado algunas ofertas solidarias (del entonces mandamás en RTVE, Pío Cabanillas hijo), con su prestigio intacto y con la cabeza alta y pensando.

Luego ya se sabe que la vida le jugó otro desmán, esta vez sin relación con los manejos políticos que engrasan a veces profesionales que en realidad no son políticos pero que se prestan. Con la serenidad que sólo ayuda a quien la cultiva, Julia Otero anunció una enfermedad que la situaba fuera de las ondas, explicó que se retiraba hasta más ver, y lo que pasó después, cuando ya se puso buena (que es una expresión canaria para no nombrar los males), fue tan emocionante como vivir. Toda la profesión, sus competidores, o conectaron con ella, como Francino, por ejemplo, que está entre los más nobles de este oficio de contar, o la aplaudieron con palabras, el mejor eco del corazón que tiene la buena radio, o le dieron besos al aire.

Cuando estos días alguien contó en algún sitio lo que pasó aquel 1 de agosto de 1999 me volvió a la memoria, esa ladrona de pasados, aquel día en Laciana con Eduardo Arroyo, el pintor que en seguida exclamó «¡joder!» cuando supo que habían herido la voz de Julia Otero.

La periodista Julia Otero, en un estudio de Onda Cero.

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