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Alex Volney

El sabater d’Ordis

Desanimado y molesto, el autor, decidió autoeditarse en la marca Pérgamo. Con el epitafio y el dibujo enviado por su amigo Dalí. Era el año 1954 y Fages no obtuvo, por segunda vez, el premio Ciutat de Barcelona pero sí el reconocimiento de su mentor Eugeni d’Ors asombrado de la fuerza de la proyección de un mito y todo «enmig de la monotonia de la paperassa».

Dalí y Fages juntos darían volada a ese universo ultralocal. El correspondiente prólogo del autor de La ben plantada sería lo último que escribiría antes de morir. Una tercera vez fracasaría en la votación del premio. Pero imaginen, Miquel Dolç i Blai Bonet también. Al ganador ni pronunciar su nombre, pues se van a quedar igual pasado medio siglo. El jurado, como suele ocurrir hoy, quedó en evidencia para la posteridad.

El refinamiento y el dominio de la técnica pocas veces aparecen con esa intensidad. Hoy esta obra hace enmudecer a no pocos que cuando se deciden dan cuenta de la gravedad del desconocimiento absoluto por aquellos que se autoproclamaron poetas sin haberlo leído.

Por subscripción popular estuvieron a punto de levantar una escultura al mito andante en algún lugar azotado por el viento, en Figueres. Al final no hay monumento mayor que esta obra poética sin igual de Carles Fages de Climent.

Dalí, entre abrazos putrefactos se veía perseguido por el Sabater… en las mismas calles de Nueva York. Es el pintor que recuperará esa figura y el poeta la inmortaliza. «El sabater d’Ordis» era conocido en todo l’Empordà, a veces se acompañaba del «Poll i la Puça» que tocaban, a su vez, canciones tristes con el organillo.

Dalí lo rescató, el poeta le dió cuerpo y el genio de Portlligat lo remataría con sus dibujos en uno de los libros más célebres publicados en Catalunya hasta la fecha. Recuperado por Jaume Vallcorba en Quaderns Crema y más recientemente por el Ajuntament de Figueres en la pequeña edicions Brau.

El personaje solía salir en las fiestas mayores y se ponía al lado de las orquestas haciendo ver que conducía a los músicos. Con la banda militar hacía exactamente lo mismo en La Rambla lo que le causaba algunos problemas con los mandos. Pero es más conocido aún por salir a la calle los días de fuerte Tramuntana e intentando dirigirla ir organizando, con la batuta de junco, cada ráfaga de viento.

Pedía limosna, pero solo la aceptaba si no era por caridad y era por voluntad. Moriría a 79 años sin descendencia conocida. Había tenido nueve hijos, seis muertos antes de los dos años, uno de ellos de un tiro por alguien de otro pueblo. Nunca se aclaró que había pasado y toda la vida le crearía remordimientos y desconsuelo. Al ser abandonado por su mujer empezaría a dirigir con una caña los aullidos y los cambios de ritmo del huracanado viento del norte ampurdanés: «divinament tocat de l’ala». Toda la prensa del Empordà, fuese federal o conservadora, se haría eco del trayecto que sobre los caminos proyectaba el «sabater» tanto sobre los barros como sobre los polvos y en las mismas encrucijadas que iría encontrando.

Cuando murió, sin descendencia alguna, su casa natal pasó a ser del pueblo y hoy es la sede de l’Ajuntament d’Ordis. Los periodistas contribuyeron al mito, pero quedó inmortalizado en este fabuloso libro acompañado de los dibujos irrepetibles de su inseparable amigo Salvador Dalí. Al final, el Arte es la única fuerza de la naturaleza capaz de convertir el pánico y el horror en trazos de belleza: La balada del Sabater d’Ordis. Gracias a esta fabulosa obra se consagraría este genuino mito literario empordanès:

«Una vegada: al peu del cloquer d’Ordis era un pegot que duia una sabata i una espardenya i un tupè de plata…N’he escrita l’auca a fi que te’n recordis».

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