Hay mañanas en las que alguna noticia potencia el amargor del café. Hace varios días, en Diario de Mallorca, Caso Abierto titulaba una pieza: «Los policías de Estepona que abusaron de una chica de 18 años no entrarán en prisión y recibirán un curso de ‘reeducación sexual’».

Posteriormente, el hecho ha tenido amplio eco mediático.

La lectura del artículo me resulta espeluznantemente lasciva. No se trata de un nuevo suceso sin más. En esta ocasión, a las coincidencias habituales sobre el sexo de los delincuentes, se suma el hecho de que, hasta hace poco tiempo yo también desarrollaba funciones policiales, disponía de uniforme y gorra al uso, placa policial y las mismas armas de fuego y legales que ellos.

La información difundida, sin ser exhaustiva, permite alguna aproximación al suceso. Desconozco también, si esos dos reos tienen madre, esposa, hija, nieta, sobrina, amiga..., a las que darles un beso de buenas noches, ni siquiera, cómo reaccionarían si, en su caso, alguna de ellas les contara haber sido víctima de un suceso como el que ellos generaron, ni tampoco, como tratarían su probable estrés postraumático de por vida.

Esos dos expolicías, nacidos de mujer, en democracia y educados en teórica igualdad, juraron o prometieron un cargo que les dio poder para ejercer su función principal: proteger a las personas.

Desviar el ejercicio de autoridad y prevalerse de su poder legítimo para, premeditadamente, construir un escenario de terror proclive a, tras humillar a la víctima, consumar una de las mayores degradaciones personales que existen sobre la libertad sexual de un ser humano, es abominable.

Los hechos ocurrieron en el año 2018. La víctima tenía 18 años y los hoy condenados 37 y 38.

El reproche penal, aunque legal, me parece insuficiente. El curso de reeducación sexual que en principio incrementa líneas en la sentencia, difícil parece que permeabilice su escala de valores.

El papel de la víctima en la aceptación del acuerdo que ha favorecido tan escasa condena es más que comprensible. Intentar pasar página, imagino, debe ser un paso significativo en su recuperación.

Respecto a la petición que recibe la víctima de su amigo, la información cita: «vienen a verte a ti, quédate por favor, que son policías y como no hagamos lo que quieren se nos va a caer el pelo». Leer el entrecomillado me genera inquietud.

Si me traslado hacia atrás en el tiempo, pienso que la actitud que ha llevado a los policías expulsados del Cuerpo, apodados Ken y el Trilero, a alcanzar esa concertación así como su macabra consumación delictiva, tiene muy poco de improvisada.

Cabe la posibilidad de que los iniciales presuntos violadores —convertidos jurídicamente en abusadores— hubieran dado muestras anteriormente, en sus labores policiales, de algún síntoma «llamativo» de ejercicio de personalidad cuestionable que, a posteriori, daría pie a respuestas grupales del tipo: se veía venir; no resulta extraño; deberían haberlos separado; acuérdate de… De no ser el caso, estas líneas pueden valer para ilustrar como se tratan algunos «fracasos anunciados» por no intervenir la organización a tiempo.

La planificación y desarrollo de ese «safari sexual» asusta. Por ello me pregunto e incido: ¿No se manifestaron anteriormente esas actitudes de algún modo que hiciera aconsejable evitar que realizaran servicios juntos? Convendría mejorar la predicción de conductas tan graves y revisar los test de personalidad de las pruebas de actitud policiales.

En cualquier caso, la legislación no prevé la adopción de medidas cautelares o definitivas, como pudieran ser, sin la existencia de una presunta infracción, un cambio de lugar o de equipo de trabajo. De modo que la estimación de riesgo «por mera intuición derivada de observar conductas border line» no lo permite.

Considero que debería estudiarse esa posibilidad, a fin de poder adoptar medidas cautelares, justificada y motivadamente. Siempre tras un procedimiento contradictorio y sin que ello supusiera sanción ni perjuicio económico o laboral alguno.

En ocasiones, favorecer la unión del hambre con las ganas de comer promueve indigestiones. La tendencia gregaria a unirse por intereses puede favorecer sinergias, tanto positivas como negativas. Por ello, las organizaciones policiales —especialmente— en el ejercicio de su responsabilidad in vigilando, deberían prestarles atención.

Insisto en que, aunque este aterrador relato no tuviera que ver con mi visión, la potencial intervención cautelar que planteo resultaría muy eficaz en la gestión de determinados modelos de comportamientos límite en general, así como de minimizar sus consecuencias.