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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

Los Jesuitas ante su futuro a los 500 años de la herida de Ignacio

San Ignacio de Loyola (1620-1622) por Pedro Pablo Rubens, Museo Norton Simon de Pasadena.

El 20 de mayo de 1521, Ignacio de Loyola caía herido en la defensa de Pamplona e inmediatamente trasladado a la casa pairal de los Loyola, en pleno País Vasco, donde se recuperó medianamente de su pierna destrozada: toda su vida arrastró una cojera que no le impidió recorrer parte del mundo, primero para colocar a Dios en el epicentro de su vida y más tarde en la tarea muy compleja de fundar la Compañía de Jesús.

Puede que la conciencia de «ser herido» le acompañara toda su vida, y por esta razón escribirá su Ejercicios Espirituales como instrumental para recuperarse de las heridas de la vida en relación con la plenitud vital propuesta en la persona de Jesucristo. Y desde ahí, proclamarle en todo el mundo en relación permanente con el Sucesor de Pedro. La herida pamplónica determinó toda la vida de Ignacio. Y por esta razón, quería que sus Jesuitas fueran expertos en toda herida humana que se cruza en su camino. Una herida que puede ser espiritual, cultural, ideológica, educativa, social y de tantas otras formas como la vida nos presenta. Por esta razón, la Compañía es absolutamente plural en sus tareas apostólicas y sus Jesuitas formados para sanar tantas heridas diferentes. Sintiéndose, claro está, también ellos heridos por la gravedad de sus limitaciones y no menos de sus pecados.

Hoy mismo, festividad de San Ignacio de Loyola, cerramos el Año Ignaciano que comenzara en 2021 al cumplirse 500 años de la herida en cuestión, y que significa el cierre de una serie de actuaciones de toda naturaleza a lo largo y ancho del mundo. Este año en cuestión pivota sobre las cuatro Preferencias Apostólicas que la Compañía se ha dado tras un largo proceso de discernimiento, presentadas al Sucesor de Pedro y refrendadas por el mismo Francisco. Tales preferencias o líneas de fuerza debieran ayudar a que la revisión de la propia identidad pastoral se abra camino con objetividad intencional y con firmeza decisoria, configurando definitivamente un largo proceso de autoreflexión en función de una contemplación casi despiadada de la realidad circundante. Esa realidad en la que emergen aquellos «signos de los tiempos» que propusiera el Vaticano II como referentes de toda acción eclesial a lo largo de la historia.

Sin embargo, pueden preguntarse los lectores por las prioridades que dominan la acción evangelizadora de los jesuitas en este momento y de cara al futuro. Pues bien, tal y como hemos anunciado, la Compañía ha decidido que sus cuatro Preferencias Apostólicas universales sean las siguientes: la primera y más relevante es «ayudar a las personas a encontrar a Dios y a Jesucristo mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento» (esta tarea debiera inundar todas las demás, de forma que el conjunto resulte realmente evangelizador, impidiendo que las actividades de los jesuitas devengan en simples liberaciones culturales, sociales, migratorias, etc. en perjuicio de la finalidad fundacional que es «el servicio de Dios y ayuda de las almas»). La segunda preferencia apostólica universal es «caminar con los excluidos», es decir con aquellos que nuestra sociedad considera indignos, trabajando desde la urgencia de la justicia y la libertad: una prioridad que, en estos momentos, queda específicamente referida al mundo de la migración, mediante el Servicio Jesuita para Refugiados, una creación del P. Pedro Arrupe poco antes de morir. La tercera preferencia apostólica universal es «cuidar de nuestra casa común», lo que significa trabajar en profundidad evangélica para proteger y renovar la creación de Dios, de lo que fue precursor nuestro trabajo en la Amazonía hace un par de años. Y en fin, la cuarta preferencia apostólica universal es «acompañar a los jóvenes en el camino», ayudándoles a crear un futuro lleno de esperanza, una labor que se realiza directamente en centros de enseñanza de toda tipología.

Con estos mimbres quiere colaborar la Compañía de Jesús a sanar las heridas propias y ajenas, para reconstruir el tejido antropológico y societario en estos momentos de enfebrecida transición en todos los órdenes del planeta. Es cierto que en cada lugar geográfico deberán leerse estas preferencias según las necesidades y posibilidades objetivas, pero seguramente el conjunto de la Compañía experimente medidas dolorosas y costosas para que actividades y obras de toda la vida respondan a lo que la misma Compañía, en unión con el conjunto de la Iglesia, juzga pertinente en estos momentos. Esto implicará, en muchos casos, entregar a la sociedad una nueva imagen corporativa, que será mejor o peor acogida por las diferentes sociedades mundiales. Siempre, poniendo a Dios por delante y a Jesucristo, en quien se ha manifestado.

Todo este entramado corporativo, que se apoya en el compromiso personal de los jesuitas concretos (eso que llamamos «vocación»), tiene un punto de referencia que viene abriéndose camino desde décadas y constituye una modificación radical en la vida de la Compañía: se trata de «la misión compartida» con el laicado masculino y femenino. No se trata de que el laicado sea un simple colaborador de unos jesuitas siempre dominantes de cualquier tarea y sus correspondientes responsabilidades. Se trata de que, un laicado bien fundado en el espíritu ignaciano y dispuesto para asumir la misión de la Compañía, sea corresponsable de nuestras actividades con asunción de responsabilidades de gobierno, como ya viene sucediendo en nuestra Mallorca. En gran parte, el futuro de la Compañía se juega en este terreno, y somos conscientes de que la «misión compartida» ya es una realidad interiorizada por nosotros, jesuítas. El Vaticano II hablaba de «los signos de los tiempos», pues bien, estamos seguros de que uno de los tales signos tiene que ver con la inmersión laical en el cuerpo de la Compañía. Sin distinción alguna entre hombres y mujeres. Es el momento de todos los bautizados, cuando devenimos ignacianos.

La herida de Pamplona llega hasta aquí. Hasta nuestras propias heridas desde las que intentamos compartir las heridas de los demás. Con esta convicción, en la festividad de San Ignacio, clausuramos este año centenario con el deseo de colaborar en la medida de lo posible con estas nuevas orientaciones de la Compañía. Desde nuestra isla, que acogiera a los primeros jesuitas nada menos que cinco años después de su fundación, proclamamos una vez más el lema que ha presidido estas celebraciones: «Ver nuevas todas las cosas en Cristo».

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