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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Apocalipsis de fuego

Según los recuentos preliminares hasta el momento, la ola de calor que sufrimos, que sigue a la del mes de junio, es la más extrema en España desde que hay registros, con una repercusión en incendios forestales que han arrasado bosques, cultivos, vida salvaje, ganadería y hasta pueblos y vidas humanas. En un análisis más general, que excluye el focalizado en la idiosincrasia española y apunta a factores de carácter general como el cambio climático, hay que contar con los incendios en Portugal, Italia, Grecia, Francia, Croacia y hasta en Inglaterra, con temperaturas desconocidas superiores a los 40ºC. Según estimaciones provisionales han ardido en España más de 60.000 hectáreas; 20.000 en Zamora; 22.500 en Galicia; 6.500 en Cáceres; 3.500 en Ávila. Guadalajara se ha visto asolada con otro incendio de nivel 2. Han sufrido también el azote del fuego comarcas de Barcelona con más de 1.000 hectáreas calcinadas, con importantes pérdidas de viviendas por el fuego. Zaragoza. Más de 3.000 desalojados en Málaga. El peor verano de los últimos quince años y aún faltan dos meses para finalizarlo. Milagrosamente Mallorca se ha librado por el momento.

Los expertos evalúan que las causas inmediatas de los incendios, más allá de las altas temperaturas que resecan una masa vegetal de bosques abandonados y la convierten en yesca inflamable al menor foco intenso de calor, son, en primer lugar, la intervención humana, incendios intencionados. En segundo lugar, las imprudencias o negligencias, también humanas, que pueden consistir en uso de maquinaria agrícola chispeante, colillas mal apagadas, la quema de rastrojos, etc. En último lugar inclemencias atmosféricas como rayos. Da que pensar que la primera causa no sea otra que la existencia del mal en el hombre, que puede manifestarse entre resentidos sociales y psicópatas; o entre personas con importantes desórdenes mentales. En estos momentos hay más de 150 personas investigadas por provocar los incendios.

Pero también hay que contar con las causas mediatas, que vienen de lejos y tiene que ver con todo el proceso de modernización que supuso el abandono de los bosques, de la agricultura y de la ganadería extensiva como actividades económicas de una parte importante de la población. Como correlato, hay que pensar en el proceso de concentración urbana y la despoblación rural, en el fenómeno conocido hoy como la España vaciada. Toda la dinámica de restaurar la vida en aquella tiene más que ver con los brutales costos de la vivienda en las ciudades que con el retorno a una economía rural que languidece desde hace mucho; más que ver con el teletrabajo que con una agricultura y ganadería extensivas que limiten la masa forestal indeseada. O con las macrogranjas de animales estabulados vulnerables a las enfermedades virales y a la producción de purines que contaminan el suelo y las aguas y los cultivos de agricultura intensiva que absorben el 80% del agua disponible. Otra consideración a tener en cuenta es la progresiva deriva ambiental hacia una visión romántica de la naturaleza. No digo que no sea justificable, preciso para que no se me malinterprete; pienso que es posible que se haya extralimitado. Salvar la diversidad de la vida es importante para la vida, también para la nuestra. Lo que sí me atrevo a afirmar es que no es posible hacer una gestión de los recursos naturales de la cordillera cantábrica y de los Pirineos para resucitar la atmósfera de Peñas Arriba de José María de Pereda. Es románticamente imbatible el resurgimiento del oso y del lobo, pero ambos no tienen la función de limpiar los bosques. Son bastantes los ganaderos que abandonan la gestión de rebaños de vacuno, ovejas y cabras porque no les sale a cuentas el peligro en el que ellos mismos incurren ni los retrasos de la administración en lo poco que puedan resarcirles de las pérdidas de su ganado. Lobos sí, pero controlando su población y su diseminación en el territorio. Osos, lo mismo. El lince no es ningún peligro para la ganadería. Los otros sí. Al final, la visión romántica de la naturaleza llevada al extremo puede satisfacer a sus entusiastas, pero puede conducir a la destrucción de la misma. No es ningún disparate depredador pedir más sentido común y menos dogmatismo. Es lo más difícil, el punto de equilibrio.

Hemos contemplado imágenes aterradoras, de gentes que lo han perdido todo, sus hogares, sus recuerdos, sus animales, sus cosechas, los esfuerzos de toda una vida. Algunos, no sabemos cuántos, con seguro de hogar, quizá podrán recuperar algo de sus vidas. Otros, lo habrán perdido todo, habrán quedado sin nada. Sin siquiera algo que también era suyo, la visión de sus bosques de pinos, de robles, castaños, la visión capaz de serenar un alma atribulada. Hemos contemplado la imagen terrible y turbadora de un hombre intentando salvar su cosecha y su futuro con su tractor; le hemos visto rodeado por las llamas inclementes; le hemos visto corriendo con el único intento de salvar su vida, con las llamas revoloteando en torno a su cuerpo como alas que conducen a la muerte; con graves quemaduras en el 80% de su cuerpo se está debatiendo entre la vida que aún le queda y la muerte que le quiere de presa.

Sánchez no es culpable de este apocalipsis de fuego, porque son muchos los años en que la administración, no sólo la española, sino casi todas, por no decir todas, han incurrido en el abandono de los montes y los campos, en la falta de prevención, en la priorización de otros nichos más productivos económica y electoralmente; dijo en Extremadura, con presidente, Fernández Vara, socialista, que el cambio climático mata. Es cierto, pero no del todo. También mata la incuria, la falta de previsión, el electoralismo. Y no mata, pero degrada, el sectarismo que lleva al PSOE, en Castilla y León, con presidente del PP, Fernández Mañueco, a responsabilizar al gobierno regional de los incendios en la comunidad. En 1970 la editorial Estela de Barcelona publicó Autopista, del humorista Jaume Perich, un título parodiador del Camino, de monseñor Escrivá de Balaguer, un dibujo de portada de un plutócrata de chistera y dentadura de tiburón blanco sosteniendo un humeante Montecristo; como subtítulo, un aforismo: «Cuando un bosque se quema algo suyo se quema… señor Conde». Los progres sentenciaron después que «Contra Franco vivíamos mejor». Los sueños progresistas de aquella época han producido melancólicos.

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