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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

Por un cambio de sociedad

Si existen los partidos y en definitiva si existe la política se debe al interés por organizar la sociedad en su conjunto en función de una determinada ideología. Tal ideología puede responder a un determinado esquema de valores, es decir, a una determinada axiología, o por el contrario, tratarse solamente de una avariciosa ambición por alcanzar el poder en cuanto tal. Probablemente ambas posibilidades es inevitable que guarden algún tipo de correspondencia, pero aun así, la intención axiológica/ideológica y el empoderamiento fáctico permanecen como dos concepciones diferentes a la hora de encaramarse al caballo, siempre desbocado, del poder. Cuando hablamos de democracias, pienso que hablamos de la primera opción, mientras que la segunda conduce inevitablemente a cualquier tipo de dictaduras. La historia avala nuestro punto de vista.

El socialismo genuino, en general, y mucho más la socialdemocracia, tienen su axiología, que engendra una determinada ideología, susceptible de derivaciones espúreas. Se trata de esos momentos en que la ideología deviene dogmática y, apenas dándose cuenta, acaba en algún tipo de dictadura, del proletariado o de quien sea. Cuando se llega a esta frontera un tanto líquida, entonces un partido aparentemente axiológico puede deslizarse hasta otro descaradamente prepotente, dictatorial y en definitiva no democrático. En esta deriva tan peligrosa, son relevantes los apoyos partidistas que se consigan, puesto que, en muchas ocasiones, el partido original cambia de identidad táctica en virtud de las presiones de sus compañeros de viaje. Es el pánico a la pérdida del poder para llevar adelante una axiología… pero de hecho, en esa defensa del poder es imposible evitar que otras intenciones se crucen y acaben por modificar las intenciones originales del partido dominante. Es decir, es absolutamente posible que una axiología inicial acabe derivando en una dictadura fáctica, contando, por supuesto, con los necesarios apoyos parlamentarios: en este caso, la democracia se suicida a sí misma por engendrar monstruos apenas concebibles. Pero se mantiene el poder como condición de cambio social, que es lo que en definitiva se pretende. Una oscilación demoníaca que cada vez está más de moda en las democracias occidentales.

El socialismo español, que pretende ser socialdemócrata, vive momentos semejantes al esquema arriba planteado: suponemos que, originariamente, tiene una axiología respetable, puesto que se basa en un respeto sustancial de los derechos humanos y en una redistribución equitativa de la riqueza nacional. Pero de pronto, y con una cierta benevolencia histórica, alcanza pactos con otros partidos mucho más dogmáticos y entra en una deriva axiológica que convierte su ideología en presión al borde de una cierta dictadura democrática. En estas estamos, si bien se nos vende ese «asalto de las fronteras» como una necesidad económica, como una recuperación memorística, y tal vez inclusive como un triunfo democrático. Pero no es así, en absoluto. Tras ese asalto fronterizo, aparece el demonio del dogmatismo, de la prepotencia, de una misteriosa dictadura pseudoparlamentaria. Y se comienzan a realizar estupideces políticas que corren el riesgo de romper la unidad de este socialismo ultrajado por sus conexiones partidistas. Lo que suceda después es imposible predecirlo, pero nos parece inevitablemente perverso.

Mientras tanto, los partidos que se han echado a la grupa de nuestro socialismo, baten las manos de satisfacción, si bien puedan exigir mayores cotas de cesión en función de misteriosos pactos gubernamentales. La trampa está servida… a no ser que determinados líderes socialistas desearan desde el comienzo saltarse las fronteras y pactaran en vistas a conseguir un cambio de sociedad nunca confesado. Sucede que muchos socialistas bregados en anteriores batallas axiológicas y pragmáticas para superar tiempos dictatoriales, comienzan a sentirse molestos y ponen sus lenguas al servicio de una crítica despiadada al señuelo en que se está convirtiendo su actual partido. Porque ya no se trata de una cuestión de superación de la portentosa crisis económica a que nos enfrentamos: lo que está en juego es el tipo de sociedad que se desea implantar. Dicho de otra manera, nos encontramos ante un «cambio axiológico» que puede conllevar un cambio en la naturaleza misma del socialismo español de cara al futuro.

El pasado Debate sobre el Estado de la Nación, con sus inmediatas legislaciones de todos conocidas, conducen a plantearse todas estas cuestiones que, de forma irremediable, los populares harán muy bien en utilizar como material demoledor de ataque. Porque cuando se pierde la propia identidad en beneficio de otras identidades, se abre camino al adversario con una facilidad portentosa. En tales ocasiones, cuando está en juego la propia naturaleza política e histórica, comienza a hacerse necesaria la aparición de un líder alternativo que ponga el partido en orden y le devuelva la brillantez de los tiempos envidiables. Tal vez se trate de una cirugía dolorosa y sangrante, pero los avisos de la historia hay que cogerlos al vuelo, no sea cosa que, con el tiempo, ni notemos tales avisos. No se trata de líderes carismáticos, que han dejado de existir. Se trata de alguien que eleve su voz y restaure una identidad perdida.

El tiempo dirá lo que nuestro socialismo socialdemócrata decide. Las exigencias del poder, en todo caso, no justifican concesiones indecorosas.

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