Ahora que vivimos -según Iñaki Gabilondo- en la época de la estupefacción, es más necesario que nunca mantener un proceso de reflexión permanente sobre lo que nos está pasando y prever lo que nos puede pasar… si es que hay margen para la prospectiva.

El aeropuerto de Heathrow ha limitado su capacidad de pasajeros a un máximo de 100.000 personas al día. Una medida valiente, provisional hasta mediados de septiembre, fecha en la que creen que serán capaces de volver a dar un buen servicio. Sin colas, sin pérdidas de maletas, sin grandes retrasos, etc. En contraste, tenemos Son Sant Joan, que ha aumentado su capacidad de carga.

Con un poco de perspectiva histórica podemos observar que en todo el año 2018 Heathrow llegó a los 80.000 millones de pasajeros. Situado en el área metropolitana londinense, con 14 millones de habitantes, se puede establecer que su densidad es de aproximadamente unos 6 pasajeros por habitante. Si lo comparamos con la densidad de otras áreas metropolitanas muy intensas en vuelos, veremos cómo en el 2018 la de Barcelona es de 15 pasajeros por habitante, la de Madrid fue de 8 pasajeros por habitante y la de Las Palmas de Gran Canaria de 17 pasajeros por habitante. ¿Adivinan la densidad de pasajeros del área metropolitana de Palma en el 2018? ¡40 pasajeros por habitante!

Creemos que este es un buen indicador de la sostenibilidad de un territorio respecto a su intensidad aérea, ya que nos da una idea, entre muchas otras variables, del tráfico automovilístico necesario para cargar y descargar en el aeropuerto de Palma esa cantidad de pasajeros, así como del alojamiento turístico necesario para atender a la mayoría de esos turistas.

El aeropuerto de Palma creció durante 60 años, entre la alegría de muchos y las batallas ecologistas de pocos, de una manera tan intensa y absurda, que ahora podemos observar sin miedo a equivocarnos, que ha sido contra natura: contra su territorio, su gente y su economía. Hemos crecido tanto gracias a un consumo energético basado en el petróleo barato. Ahora eso se acabó.

¿Qué vamos a hacer? De momento parece que estamos empeñados en seguir la lógica de un crecimiento absurdo y peligroso, hasta que haya otra crisis aún más severa que las anteriores, como parece que se avecina. Lo que fue un éxito económico y social para muchos mallorquines durante la segunda mitad del siglo XX, se ha convertido en un sistema económico y social de una gran fragilidad para navegar en el siglo XXI, siglo que se observa ya como el de las grandes catástrofes naturales y tensiones geopolíticas, el siglo de las grandes transiciones.

El excesivo crecimiento del aeropuerto de Palma ha impulsado un gran crecimiento de parte de nuestra encomia, el turismo, en detrimento de las otras: industria, agricultura, construcción, cultura, etc. Eso ha provocado un conjunto de problemas medioambientales y sociales bien diagnosticados desde hace tiempo y que hace necesaria una intervención de urgencia.

Podríamos llamar a nuestra enfermedad económica como de «elefantiasis aeroportuaria». Para atacar esta enfermedad y no «matar al paciente» debemos conjugar el verbo limitar, algo que ya estamos haciendo en el puerto de Palma, tal y como ha hecho Heathrow estos días. Pero para atacar a fondo la enfermedad, se debe aplicar un plan de choque similar al utilizado en la enfermedad física, llamado «terapia compleja descongestiva». El nombre nos viene bien para ilustrar la intervención necesaria.

La primera medida y la más urgente- un año vista- es limitar el número de pasajeros en el aeropuerto de Palma, e ir descendiendo hasta los 24 millones de pasajeros en los próximos 10 años.

Paralelamente, se debería empezar a descender gradualmente el número de plazas turísticas, como mínimo 100.000 en diez años. Aumentar el impuesto sobre estancias turísticas en verano, hasta los 10 euros de media al día, utilizando los cerca de 300 millones anuales que se recaudarían, en la transición energética y social de las islas, es decir, unos 3 mil millones en 10 años. Con estos fondos, más los europeos, obtendríamos un impulso a la necesaria transición económica consistente en decrecer el turismo y crecer en otros sectores ecológicamente, de forma responsable, teniendo en cuenta a la sociedad civil.

Para paliar la situación social crítica que ya tenemos, se debería crear una renta básica de transición para aquellos que pierdan el empleo hasta que encuentren otro de mejor calidad. Deberemos crear miles de viviendas públicas de alquiler y castigar severamente la especulación inmobiliaria.

De esa manera empezaremos a descongestionar la red de transportes y revertir la situación de los barrios turísticos masificados y degradados, tanto del litoral como en el centro de la ciudad. Acabar de una vez por todas con el turismo de excesos. Bajaría nuestro consumo energético y de agua, mejorarán los servicios sanitarios y educativos. Tendríamos un futuro de esperanza para nosotros y las futuras generaciones. Año a año seríamos más fuertes, más resilientes en un mundo desbocado.