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Daniel Capó

LAS CUENTAS DE LA VIDA

Daniel Capó

El legado del sanchismo

El principal peligro del sanchismo es

el tono que ha instaurado en el debate público

El legado del sanchismo

Nadie sabe muy bien lo que piensa Sánchez sobre ningún tema y a nadie parece importarle demasiado, porque nuestro presidente resulta ser un hombre sin ideas. Sin ideas fuertes, quiero decir, que merezcan ser ponderadas. El sanchismo, que pudo ser el germen de una España 2.0, se ha convertido en un esperpento que causa frustración. La pregunta por el fracaso de las elites en nuestro país sólo conduce a una melancolía incrédula, no muy ajena a las limitaciones de una socialdemocracia que se muestra incapaz de soltar sus prejuicios –o que, al contrario, los explota sin freno– y de una derecha con ribetes paródicos que ni lee ni piensa más allá de sus intereses inmediatos. Sánchez ha vuelto a escabullirse, como Ulises, el hombre de las mil caras, el héroe sin moral. Pero Sánchez no es un héroe y su única moral pasa por permanecer en el poder, aunque ello suponga dinamitar los grandes acuerdos firmados por los españoles o laminar el futuro de nuestros hijos. Sánchez nos engaña, convencido de que con dinero –y el gobierno, por ahora, lo tiene gracias a la inflación y a los fondos europeos– se compra el voto de una mayoría y aún más si ese dinero se pone al servicio de un populismo hipermoralizante. Un día puede dar la espalda al pueblo saharaui y al siguiente doblegarse ante los intereses de Washington, para poco después incendiar los mercados con un discurso en el debate sobre el Estado de la Nación que recuerda las proclamas de la extrema izquierda. ¿Alguien cree que la gratuidad del servicio de trenes de cercanías y media distancia va a frenar la inflación o a reducir de un modo significativo el consumo energético? ¿Alguien cree que el incremento de la fiscalidad sobre los beneficios extraordinarios de las energéticas y de la banca no va a repercutir en los ciudadanos? Poco importa, porque los cheques al portador van a volar.

El peligro del sanchismo es que, al tono populista que ha instaurado en el debate público, sólo se le puede responder desde parámetros muy similares. La demagogia llama a la demagogia, el populismo al populismo y la irresponsabilidad se extiende como una mancha de aceite por todo el país. Hasta cierto punto resulta lógico. Los sacrificios resultan admisibles cuando se aplican con equidad, pero no en caso contrario. El coste de los viajes cinco estrellas en Falcon se traduce hoy en el bono gratuito de la Renfe y ¿quién sabe si mañana en un cheque para el supermercado? No se resuelve ninguno de los grandes problemas de nuestro país; al contrario, se empeoran. La reforma educativa ahonda en el colapso evidente del conocimiento fuerte que demuestran los informes internacionales año tras año. Se sigue sin actuar a fondo en el precio disparatado de la vivienda –seguramente la mayor causa de fractura social y de empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras– y no hay subida del salario mínimo que pueda resolver este entuerto. Se protege el poder adquisitivo de los jubilados, mientras se olvida el de los trabajadores. La sanidad pública se derrumba, incapaz de superar el efecto covid. El legado negativo de Sánchez perdurará tiempo, siga o no en el gobierno. Pero, obviamente, no es el único responsable.

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