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Juan Rigo

DESDE PARÍS

Juan Rigo

De ola en ola

Metidos ya de lleno en el estío lo de las olas, por aquello del mar, de las playas, no tendría por qué sorprendernos, ni figurar, por banal, en la cabecera de esta columna. Pero el tema está en que entre las olas de calor, de las que ya he perdido la cuenta, y la séptima, creo de la Covid, pues eso, que aquello de «como una ola» que cantaba la Jurado, podría figurar perfectamente como candidata a la canción del verano.

Y ahora, ya rebobinando, pues que salí de París por piernas, escapando de unas temperaturas inhabituales en Mayo, contento con el resultado de las presidenciales, con la reválida de Macron, corta, pero suficiente - y tranquilizadora para la estabilidad democrática de Europa- ante el envite potente de una extrema derecha crecida que nunca había estado tan cerca del triunfo, nunca había obtenido tantos votos. De hecho la derrota de Le Pen fue calificada por algunos medios como de «victoriosa».

Luego, lo de la «tercera vuelta» que se sacó de la manga el incansable, y mal perdedor, Mélenchon, impulsando - y logrando- la impensable, perdón por el galicismo, unión de las fuerzas de la izquierda con la idea de forzar una cohabitación, de obligar al presidente a nombrarle primer ministro por votación popular. Pero el desenlace de las legislativas, pese a que el partido de Macron no ha logrado conservar la mayoría, sí ha sido suficiente para cortar las alas y el sueño del candidato Insumiso, o si prefieren de la NUPES (Nueva unión popular ecológica y social… El nombrecito se las trae). Los escaños conseguidos en la Asamblea por esta improbable alianza se quedan en prácticamente la mitad de los conseguidos por el partido del Presidente. O sea, por muchas lecturas que se hayan hecho, la derrota del ‘macronismo’ es solo parcial y figura como la fuerza más votada con mucha diferencia. Y además, en una lectura positiva del resultado, al haber perdido la mayoría el Presidente deberá cambiar de estilo, aprender a pactar, a negociar y eso siempre es bueno para el sano ejercicio de la democracia. Será interesante seguir el desarrollo de la legislatura, el segundo quinquenio de Macron, para comprobar si Francia es un país ingobernable, o mejor, como decía el general De Gaulle, ¿cómo es posible gobernar un país donde existen más de 258 variedades de quesos? Y se quedo corto en el número de fromages.

Y aquí cerramos el paréntesis francés, ya que como les he comentado unas líneas más arriba, llevo desde Mayo en Grecia negociando como puedo las sucesivas olas de calor, y asistiendo asombrado a un rebrote de la Covid, con la aparición de casos de las nuevas variantes en algunas de las islas donde hasta ahora se habían librado de la pandemia. Aunque lo más asombroso, al menos para mí, es la falta de noticias acerca del conflicto bélico, por otra parte tan cercano, la guerra sin fin de Putin contra Ucrania. Es un tema que no se toca, no se habla… y por fin hace unos días, en una animada tertulia con buenos amigos, en Ítaca, surgió en parte la respuesta, pude despejar esa incógnita. De hecho están practicando una política de avestruz, ignorando el problema por una razón evidente: cuando veas las barbas de tu vecino cortar… Pues que si la única solución posible para poner fin a ese drama es que Ucrania renuncie a los territorios ocupados, Grecia teme que un Erdogan envalentonado, en plena campaña para la reelección, intente la anexión de algunas de las islas próximas a su costa. Una pesadilla que les hace revivir el triste episodio de la «catástrofe», cuando hace justo un siglo, en 1922, dos millones de griegos tuvieron que abandonar sus casas y salir por piernas de la Anatolia expulsados de su tierra por los «jóvenes turcos» de Kemal Ataturk, el fundador de la nueva Turquía.

En esas estamos, con un ojo en el termómetro y el otro en los test antígenos, a ver cómo se mueve todo en los meses por venir. Les deseo un buen verano con la promesa de irles contando siempre que las condiciones me lo permitan.

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