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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Ganar un debate, perder la centralidad

Se puede ganar un debate sobre el estado de la nación con verdades, con algunas medias verdades y con muchas mentiras. El diario oficial de Sánchez lo ha declarado claro vencedor. Por supuesto, quienes han visto, con algún reconcomio, como Yolanda Díaz, que el presidente se apropiaba de su discurso, confirmando así el diagnóstico del silente, por imperativo legal, Núñez Feijóo: «Sánchez se ha podemizado», añadiendo: «En España la política territorial la fija ERC, la política de memoria democrática, EH Bildu; la política económica, Unidas Podemos». Uno podría pensar que con una inflación del 10,2% en junio y, por tanto, de un empobrecimiento generalizado nunca visto de la población española, era el momento para olvidarse del 2010 y 2011, del rebuzno de Montoro: «que se caiga España, que nosotros la levantaremos» y del quejido de Zapatero anunciando sacrificios durísimos para pensionistas y funcionarios: «me cueste lo que me cueste». Para olvidarse del «cuanto peor mejor» y del darle a la manguera de dinero público a instancia de parte. El precio que hubo que pagar es de sobra conocido: los recortes de Rajoy en Educación y Sanidad. ¿Sirvió para algo afrontar la crisis desde la óptica del partidismo sectario? ¿Ha servido la experiencia del pasado para afrontar el desgarro social y económico del presente? Para nada.

Puede que con el anuncio de los impuestos extraordinarios durante 2023 y 2024 a empresas energéticas y bancos por un importe total de 7.000 millones de euros, los trenes gratis y los suplementos de 100 euros a los estudiantes becados Sánchez haya entusiasmado a sus diputados y a sus socios de coalición, a cuyas demandas de lo mismo hacía hasta ahora oídos sordos; puede que también a los ciudadanos creyentes en los poderes ocultos que fuman puros que con tanta pasión ha denunciado Sánchez. Es cierto, Sánchez ha ido a por todas. No a por lo más importante, alcanzar un pacto de rentas parecido a los pactos de La Moncloa consensuado con el PP, sino por el populismo y el enfrentamiento, porque su prioridad no es salvar la economía sino mantenerse en el poder. A por mantener la coalición con Podemos que le asegure el poder hasta el final de la legislatura. A atacar con dureza y sin pausa a un PP al tiempo que, con su chulería habitual, le retaba a oponerse a las medidas anunciadas. Con Abascal, no sé si por displicencia o por fastidiar más al PP, ha estado más suave en el tono. El error del PP no ha estribado en el reproche a Sánchez por sus veleidades; por su inexplicado giro sobre el Sáhara; por la reducción de la importación de gas a Argelia y la crisis diplomática con ese país; su culpabilización de la misma a Rusia, para, a continuación, incrementar la importación de gas ruso; la división gubernamental sobre la guerra en Ucrania y sobre el incremento del gasto en Defensa; sobre su volubilidad ideológica de la izquierda al centro y del centro a la izquierda. El error del PP ha sido no profundizar en la estrategia económica de Feijóo; en dar por hecho el cambio de ciclo que irremediablemente vaya a llevarle a La Moncloa. El error ha sido la no presentación de un plan económico alternativo a la fácil demagogia de atribuir las penalidades de la clase media y trabajadora a la insolidaridad de los beneficios de las empresas energéticas y los bancos.

Sánchez intentó por todos los medios atribuir la inflación a la guerra de Putin. No es así ni por aproximación. La inflación estaba ya desbordada a finales de 2021. Las causas del incremento de precios eran la desindustrialización del país, la dependencia exterior de materias primas y productos manufacturados procedentes de China y la ralentización del comercio marítimo internacional a lo largo de la pandemia y en su debilitamiento. Sánchez gobernaba desde enero de 2020. La guerra en Ucrania no ha hecho sino escalar aún más la inflación y profundizar una desglobalización en el mundo y una recomposición geoestratégica mundial en la que ha saltado por los aires el anterior orden: Occidente, por una parte, Rusia y principalmente China por la otra; y unas potencias emergentes, India, Brasil, que se están posicionando en la cercanía a aquéllas, las potencias iliberales.

Los impuestos extraordinarios a energéticas y bancos, son en buena medida, dudosos desde el punto de vista de que quienes vayan a pagarlos sean plutócratas que fuman cohíbas. Puede que, en el caso de los bancos sean los clientes, a través del pago de comisiones los que al final paguen la factura; en el caso de las energéticas el incremento de los precios de la energía. Son cosas que suelen pasar cuando el populismo pretende soluciones rápidas a problemas complejos. Al anuncio de la recaudación de 7.000 millones en dos años le ha seguido en dos horas las pérdidas en bolsa de miles de millones de las empresas afectadas. Los perjudicados no son poderes oscuros sino cientos de miles de españoles con sus ahorros en fondos de inversión. En cuanto a los trenes gratis (sueldos, mantenimiento, amortizaciones y energía) y los suplementos a los becarios, por muy necesarios y bienvenidos que puedan ser, hay que cargarlos a más deuda, en torno ahora a un 118% del PIB.

Todas las previsiones apuntan a que lo peor está por llegar. Las autoridades europeas avisan ya que con la inflación disparada se han acabado los tiempos de liquidez en las cuentas públicas para remontar la crisis provocada por la pandemia. La Reserva Federal americana ya ha aumentado los tipos y lo mismo va a suceder en Europa. Lo cual significa mayor precio del dinero, aumento de las hipotecas, ralentización de la actividad económica y presupuestos públicos más austeros. Aquí, Sánchez ha apostado en la dirección contraria. No se puede contrarrestar una crisis inflacionaria, como hizo Zapatero con el plan E de 13.000 millones, con medidas inflacionarias como las que implementa Sánchez. La inflación incrementa la recaudación del Estado por los impuestos, renta e IVA, puesto que son más altos los precios de productos y servicios. Y Sánchez se niega a reducirlos porque se resiste a reducir los gastos del Estado que le permiten una política populista. Son medidas inflacionarias y populistas, no medidas socialdemócratas. Las mantendrá hasta que desde la Comisión Europea se lo impidan.

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