En la última sesión plenaria de l’Ajuntament de Palma, la concejal Mercedes Celeste Palmero criticó vehementemente al alcalde por la diferencia de trato que da a personas implicadas en procedimientos judiciales. Por un lado —relacionado con la presunción de inocencia— le decía que había culpabilizado a decenas de funcionarios municipales: (… los persiguió, los arrinconó, los dejó sin trabajo, los dejó agotados, con su familia destrozada…), mientras que, por otro, apoya a la edil Neus Truyols Caimari y a sus técnicos.

El escenario temporal al que se refirió la concejal era y es muy diferente. En el momento del abandono reprochado, los funcionarios «solo» eran investigados, mientras que el apoyo a la concejal Truyols y sus técnicos se da en torno a peticiones de prisión.

Respecto de esos funcionarios, policías en su mayoría, Mercedes Celeste dibujó un escenario de penurias que, viene al caso, ampliar:

Solo le faltó un suicidio al «sexenio» del terror que vivió la policía local de Palma en la pasada década, para elevar a la categoría de culto, la serie televisiva basada en hechos reales que, imagino, algún día nos pondrá enfermos al visionarla.

La verdad del asfalto sirvió en su día para hundir, literalmente, la vida a muchos agentes y funcionarios municipales.

El cuartel de Sant Ferran se convirtió en una especie de Gulag, donde se impartían clases magistrales de técnicas de la «Gran Purga estalinista». Su entorno era asfixiante, el aire irrespirable y su día a día criminalizado. Impotentes ante la jornada de «tiro al plato» o la lista diaria de elegidos a superar, se subían las escaleras al iniciar la jornada, donde se revisaba el concepto de estado de derecho, y la teoría no coincidía con la realidad que se vivía.

El escenario era esperpéntico, iban cayendo compañeros por argumentos que no se entendían, la inseguridad planeaba sobre cada segundo y las conversaciones empezaban a ser selectivas. El miedo, la incertidumbre y la desconfianza se instalaban en las relaciones personales. Los suelos de terrazo estaban sembrados de «minas» y de pronto muchos pasillos dejaron de tener salida. Aparecían hechos sorprendentes, tergiversaciones y más de una mentira.

Bajo la premisa de que, todos los comportamientos irregulares sean administrativos o delictivos, sin excepción, deben ser perseguidos, muchos coincidíamos en que nuestros esquemas ético-profesionales sobre cómo abordar esas situaciones irregulares o delictivas no casaban con lo que veíamos. Ello no puede confundirse con tolerar conductas impropias que —sin asomo de duda— deben ser detectadas, corregidas y en su caso sancionadas.

Mientras tanto, las llamadas desde números ocultos angustiaban, y el sonido del ascensor al detenerse en el rellano de los domicilios encogía el estómago de los policías. Si iba seguido de la melodía del timbre de la vivienda, se disparaba el ritmo cardíaco, y si no eran los «amigos» de Bertolt Brecht, el cuerpo y la mente se iban estabilizando poco a poco.

Hubo impotencia, mucha vergüenza, estancias —duras— en los calabozos. Otros compañeros, en furgones, eran apeados de camino hacia Sóller. La ignorancia de las causas aumentaba su desazón. Tras algún hacinamiento inicial motivado por la separación de los demás presos, pasaron muchos meses en prisión preventiva. Algunos, para recuperar después la libertad sin cargo alguno.

A falta de quitarse la vida —de momento— ha habido muchos dramas personales que no van a ser nunca superados: cárcel, suspensión de empleo y sueldo, familias rotas, entorno, imagen, escarnio público, encarnizamiento, ruina económica, carreras profesionales truncadas. Demasiadas lágrimas y dolor gratuito. Los cientos de miles de euros en salarios impagados por las suspensiones de empleo y sueldo, por improcedentes, se van recuperando.

El derecho constitucional a la presunción de inocencia, debe proteger a todos los implicados, incluida por supuesto la concejal Neus Truyols Caimari. Ella, tanto si alguien piensa que es culpable, como si está pendiente del juicio para pronunciarse sobre la culpabilidad, o se halla convencido de su inocencia: hasta que no se demuestre lo contrario: como mis compañeros, es inocente.