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Antonio Papell

La OTAN, hacia un nuevo orden mundial

Rusia se ha convertido en un paria del concierto internacional, y será muy difícil reintegrar al país a la comunidad internacional

El ejercicio de buenismo que realizó Occidente tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de Pacto de Varsovia el 1 de julio de 1991 ha sido de una conmovedora candidez. Fukuyama pronosticó con un optimismo tan audaz como utópico que estábamos a las puertas del fin de la historia porque la derrota del colectivismo solo había dejado sitio a los valores occidentales, a la democracia parlamentaria, a los códigos de derechos humanos sobre los que se asienta el demoliberalismo.

Si alguien no tuviese todavía claro que la realidad va por otro camino, tendrá que fijarse en la guerra de Ucrania —una brutalidad inconcebible en unos tiempos como los actuales de exaltación de la vida, de proselitismo intensivo de valores relacionados con la tolerancia y el respeto, que han adquirido un prestigio sin precedentes—, en la que una potencia agrede brutalmente, a cañonazos, a un pequeño país por cuestiones territoriales e ideológicas. Esta colosal e inesperada falta de escrúpulos (nadie, salvo los servicios secretos norteamericanos, que nos parecían unos lunáticos, previó la invasión) ha confirmado que ya no cabe imaginar una globalización basada en principios universales.

La guerra de Ucrania ha constatado lo que casi todos sospechábamos aunque no todos nos atreviésemos a decirlo: tras la conclusión de la política de bloques, los países occidentales se relajaron; la propia OTAN se mantuvo desangelada y sin rumbo, como detectó Macron al denunciar su irrelevancia; se produjo una liberalización comercial que facilitó el reparto del trabajo a escala global y que permitió a las potencias emergentes apretar el paso hacia el desarrollo; pero súbitamente nos hemos dado cuenta de que la pérdida de la autonomía de nuestros estados no solo nos dejaba en situación precaria en momentos de crisis —hay que sacar lecciones de la falta de material sanitario al estallar la pandemia en nuestros países y por la total dependencia de China— sino que en ciertos aspectos nos dejaba inermes frente a prácticas que nuestras democracias no pueden tolerar, como la esclavización de la mano de obra. Rusia se ha convertido en un paria del concierto internacional, y será muy difícil reintegrar al país a la comunidad internacional, pero Rusia y China se necesitan para formar cierta masa crítica frente a Occidente, a la que se sumaría gustosa la India.

En otras palabras, la vieja bipolaridad entre dos modelos políticos y culturales opuestos se ha sustituido por una dialéctica perversa entre occidente, concebido como un todo y por lo tanto incluyendo a Japón y a Australia, y las dictaduras que han conseguido altas tasas de productividad mediante la precarización laboral de sus ciudadanos y el dumping fiscal.

En este marco, es preciso que la OTAN, que inicia hoy en Madrid una de las reuniones plenarias más importantes de su historia, defina una estrategia que pase por la reconstrucción de sus arsenales, no solo invirtiendo más —hasta el célebre 2% del PIB— sino abriendo cauces colaborativos (la inversión militar anual de Rusia es la tercera parte de la de los países de la UE en conjunto, pero la fragmentación no permite esgrimir una defensa europea frente a Moscú). Además, es conveniente completar el mapa atlantista con las incorporaciones de Finlandia y Suecia, que hoy quieren adherirse al núcleo duro de la Alianza y tienen derecho a ser admitidas.

Y finalmente, ha de haber una coordinación comercial y productiva en el seno de la OTAN para que el espacio de las democracias consiga cuanto antes la autonomía energética —además de acelerar la descarbonización, los países de la Alianza y sus amigos deben dejar de depender de los suministros de gas y de petróleo controlados por Moscú— y deje de poder ser chantajeado por el boicot de las cadenas de montaje, como ha sucedido claramente durante la pandemia.

Las democracias occidentales no tienen interés alguno en abrir muros ante estas tres grandes potencias emergentes, que deberían ser arrastradas al mundo de las democracias, pero por instinto de supervivencia hemos de plantar cara a la brutalidad que, sobre las espaldas de Ucrania, padecemos todos los ciudadanos del mundo, víctimas de una crisis económica que puede desembocar fácilmente en una grave recesión de que solo Putin será responsable.

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