Seguro que han oído muchas veces aquello de que si desaparecieran las abejas se extinguiría la vida en el planeta. La conciencia sobre el papel que desempeñan estos insectos se ha extendido al conjunto de la sociedad, y por ello, el Parlament de les Illes Balears aprobó el 12 de junio de 2018 una declaración institucional en favor de la conservación de las abejas y de otros insectos polinizadores.

Pero la apicultura es además una actividad ganadera que se rige por una normativa específica de producción y ordenación del sector. La miel, la cera, el polen o la jalea son productos cotizados por el consumidor y sujetos a la normativa de trazabilidad de todo alimento o producto comercializado. Pero hablar de abejas implica hablar de todo lo bello que nos rodea y es que la buena salud de estos insectos polinizadores es un bioindicador de la salud del entorno. Lo paradógico es que la administración agraria, no siempre, o yo diría que casi nunca, le ha prestado la atención que merece. Desde la Conselleria de Agricultura estamos tratando de enmendar el pasado aprovechando el propio empuje del sector. Hace un año respondimos de forma positiva a través del IRFAP a la propuesta de un programa de investigación aplicada presentado de forma conjunta por las asociaciones de apicultores de las cuatro islas, y ya estamos dando los primeros pasos. El IQUA sigue apoyando los esfuerzos de las asociaciones para avanzar en el reconocimiento de las marcas de garantía. Se ha mejorado la financiación, y del año 2019 a 2020 se duplicaron los fondos disponibles del Programa Nacional Apícola para Baleares, y de cara al nuevo Programa que entrará en vigor en 2023, se volverán a incrementar en un 70%. En este contexto se elaboró un informe de situación con una serie de prioridades de trabajo y que fue la base para una primera mesa apícola celebrada el 9 de junio y ya estamos preparando la segunda mesa para julio.

En las Islas Baleares tenemos un sector apícola interesante y dinámico. Los y las apicultoras son gente muy especial. Están dotados de una especial sensibilidad por el entorno y son personas muy conscientes del frágil equilibrio de nuestro ecosistema. El sector en Baleares lo forma un censo de 13.178 colmenas que ha crecido un 24,9% en los tres últimos años y que se agrupa en 836 explotaciones apícolas, cuyo número también ha aumentado proporcionalmente, aunque el 54% de ellas sean de autoconsumo, y solo 12 superen las 150 colmenas. El hecho es que el volumen comercializado de miel en Baleares es de 130.000 kg aproximadamente y el valor comercializado alcanza 1,55 M€ al año. Sin embargo, el valor y la profesionalidad en el sector apícola no se puede medir solo por el número de colmenas, y como ejemplo de esto les diré que cada vez son más explotaciones agrarias las que incorporan colmenas dentro de sus plantaciones del almendros o frutales, simplemente para favorecer la polinización de los árboles. Toda esta reflexión nos lleva a la necesidad de ajustar los criterios para calcular la Unidad de Trabajo Agrario con la que nosotros medimos la profesionalización en el sector apícola y es que, como dijo la dirigenta de una organización agraria menorquina, independientemente de que sea rentable o no como actividad económica, no hay duda de su carácter esencial y de que todo el resto de los agricultores y ganaderos les necesitamos. Debemos seguir trabajando para que exista un número de apicultores lo más amplio lo más diseminado geográficamente que sea posible.

Estamos definiendo las prioridades y son concretas y realistas. Mayor información y datos económicos sobre el sector para apoyar su rentabilidad. La necesidad de un mayor esfuerzo en la inspección y control para evitar el fraude sobre las mieles que se comercializan como locales. El impulso y apoyo de marcas de calidad diferenciada. Seguir mejorando el estado sanitario de las colmenas, la constitución de una Agrupación de Defensa Sanitaria en el sector apícola, y todo ello, acompañado de mucha investigación y por supuesto, de flores, flores y flores.