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Olga Merino

Limón & vinagre | Mónica Oltra (Dirigente de Compromís. Exvicepresidenta de la Generalitat Valenciana)

Olga Merino

Limón & vinagre | Mónica Oltra: Una máscara griega

Mónica Oltra, durante una fiesta de Compromís, en Valencia, el pasado 18 de junio. Jorge Gil / EP

La sabiduría popular sentencia que no hay boda sin llanto ni velatorio sin risa. Quiérese decir con ello que, en situaciones extremas, el vapor de la caldera sale por donde puede, a veces con patinazo incluido. Así sucedió el sábado, 18 de junio, en Valencia, en el viejo cauce del río Turia, donde Mónica Oltra se dio un baño de masas con sus correligionarios de Compromís. Se puso música y el encuentro devino en jolgorio, con baile incluido, aun cuando el panorama no estaba para fiestas, sino bien jodido. No pegaban ni con cola los saltitos de Oltra, una manifestación de alegría extemporánea tras su imputación que acabó juntándose en las portadas de los periódicos con el batacazo de los socialistas en las elecciones andaluzas. ¿Estaba dispuesto a inmolarse con ella el presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig? Ni de coña. El año próximo tocan elecciones autonómicas y la relación entre ambos tampoco andaba bien aceitada.

«Mi postura es ética, estética y política, no es una postura personal […]. La presión se aguanta», insistía la vicepresidenta Oltra mientras caían chuzos de punta. Pero no hubo ética ni estética en el baile ni en ese encastillamiento de sostenella y no enmendalla, defendiendo su inocencia y escudándose en que el escándalo ha sido capitalizado por la extrema derecha. Ha dimitido cinco días después de que la Fiscalía haya detectado «indicios relevantes» de presunta ocultación en el caso de abuso a una menor tutelada por el que fue condenado su exmarido, Luis Eduardo Ramírez. El gesto la honra pero, si hubiese presentado su renuncia desde el minuto uno, habría reducido la angustia a su entorno y, sobre todo, a ella misma, mayormente cuando ha hecho bandera de la transparencia. Como consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas, la Fiscalía la acusa de abandono de menores, omisión del deber de perseguir delitos y prevaricación. ¿Culpable de haber echado tierra sobre los abusos para no arruinar su carrera política? Que sea la justicia quien hable.

Una lástima, un golpe de mala suerte, tal vez un traspié a la desesperada… Mónica Oltra es intuitiva, volcánica, ambiciosa, hábil, demasiado cortoplacista las más de las veces (dicen también que narcisista e incoherente). Pero, en cualquier caso, una mujer muy capaz que irrumpió en política como un vendaval cuando la Comunidad Valenciana se ahogaba en la ciénaga de la corrupción. Era la chica arrojada que saltó a los telediarios gracias a sus camisetas con eslóganes reivindicativos: «No nos falta dinero, nos sobran chorizos», o aquella otra con la cara de Camps -inmerso entonces hasta las cejas en la trama Gürtel- y la leyenda «Wanted. Only alive» («Se busca. Solo vivo»).

Parece que hayan transcurrido siglos desde esas fotografías en las que Oltra emerge con un aire casi adolescente, un tanto atolondrado. Aun cuando los años no perdonan, la frescura del rostro ha sido sustituida, de un tiempo a esta parte, por una severa gravitas de máscara griega, la de la tragedia, con las comisuras bucales muy marcadas hacia abajo, hacia el duro suelo polvoriento, como obstinadas líneas de marioneta cansada. Está cambiada; se le nota el sufrimiento. Oltra ha reconocido que jamás olvidará el revés del 4 de agosto de 2017, cuando el cartero llamó a la puerta de su casa con una notificación del juzgado que ordenaba el alejamiento de su pareja respecto a la menor abusada. Un mazazo muy duro después de 20 años de relación y con dos niños adoptados. El exmarido, que confesó haber practicado a la chica masajes relajantes para que durmiera mejor, fue condenado a cinco años de cárcel, pero aún confía en un recurso que ha presentado al Supremo. Un asunto muy feo.

Tal vez le convenga a Oltra una temporada de reflexión apartada de los focos hasta que la justicia la exonere (o no). La presuponemos una mujer acostumbrada a jugar a la contra desde su nacimiento, en Alemania, bajo los cielos blancos de Renania-Westfalia, hija de emigrantes españoles, de Juan, un mecánico casado, ya fallecido, y de Angelita, una joven militante comunista a quien apodaban Pasionaria, ambos exiliados civiles por amor, porque en la España del tardofranquismo no existía el divorcio. Podemos imaginar el ambiente en la casa familiar, de trabajo, ahorro y esfuerzo, el sonsonete de «niña, estudia» y tal vez en la radio aquella canción de Juanito Valderrama, «adiós, mi España queriiiiida». Oltra sabe, pues, de qué va la pelea. Además, nació de nalgas, circunstancia que -la sabiduría popular, de nuevo- ayuda al niño en su paso por la Tierra.

Mónica Oltra, durante una fiesta de Compromís, en Valencia, el pasado 18 de junio.

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