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Antonio Papell

Moreno Bonilla no es Ayuso

El PP, preso de su comprensible euforia por su incuestionable victoria obtenida en las elecciones autonómicas de Andalucía, está sin embargo muy lejos de haber resuelto el problema fundacional, originario, implícito en sus esencias más profundas: desde los tiempos remotos de Fraga al frente de la organización, siempre han convivido en el partido conservador dos almas confrontadas: la conservadora de la reacción, el clasismo y las buenas costumbres, con su entronque clerical y recesivo, y la liberal en su acepción marañoniana, más abierta, mestiza, tolerante, respetuosa, defensora del mercado como motor de la economía pero también consciente de que es necesaria la acción pública –en lo posible, subvenciones directas y específicas- para socorrer a quienes, de no ser auxiliados, decaerían por debajo de determinado umbral de pobreza. En definitiva, hay un PP moderado, decente, amable y otro individualista, radical y reaccionario.

Parece evidente que estas dos almas, más o menos caricaturizadas pero bien identificables, se mantienen en activo. La última vez que el PP gobernó en el Estado, Esperanza Aguirre representaba a la primera y Rajoy a la segunda. Ya en la oposición, Casado, con sus vacilaciones y dudas, fue la moderación frente al ultraliberalismo de Ayuso; al llegar Feijóo a Génova, se acentuó el binomio: el gallego era, sobre todo en las formas y en el discurso, un modelo de compostura… que, por su superioridad indiscutible –fue nombrado por aclamación- podía permitirse coexistir con el ayusismo, que disponía de una potente cantera de votos en Madrid, ciudad difícil políticamente donde las haya.

Pero el tándem moral y en cierto modo complementario que forman Feijóo y Ayuso, dos políticos de éxito contrastado, se ha descabalado con la irrupción de Moreno Bonilla, que reclama en silencio la paternidad de la proeza recién conseguida, con la que ha arrinconado a todos los adversarios del PP. No es posible ignorar que, pese a la campaña plana del candidato popular, dijo sin inmutarse que estaba dispuesto a repetir las elecciones si el resultado de las del 19J le obligase a depender de VOX. La ciudadanía le ha tomado la palabra y es evidente que todo el hemisferio conservador, incluida buena parte del centro, le ha respaldado hasta el punto de hacer innecesaria la insoportable complementariedad de los ultras, con su nauseabundo mensaje xenófobo y antifeminista.

Parece claro que la posición digna de Moreno Bonilla, que tan buenos resultados le ha proporcionado, choca frontalmente con la ‘comprensión’ de Ayuso y los suyos con Vox y con la humillante presencia de Vox en el gobierno de coalición de Castilla y León.

Y Ayuso no parece que tenga pasta contemporizadora en los que considera sus axiomas fundamentales. El ofensivo eslogan ‘socialismo o libertad’, más propio del régimen anterior que de este, ubica a la derecha ayusista en un confín muy escorado, alejado del lugar que ocupan Moreno Bonilla y Feijóo. Por ello, podría pensarse que Ayuso, azuzada por su aznarista jefe de Gabinete, no se conforme con la presidencia de la Comunidad de Madrid –una victoria pírrica después de todo, mientras está siendo Feijóo quien se apodera del santo y la señas- y trate de imponer sus criterios y sus alianzas en el ciclo electoral que comienza dentro de un año, y que afecta tanto a la comunidad de Madrid (que deberá volver a las urnas) como a sus ayuntamientos.

La política española camina otra vez, de nuevo, hacia el bipartidismo imperfecto, ya que la ley d’Hondt, que castiga las fracturas, es inapelable, como bien han comprobado las agrupaciones del espacio de UP. Ello pasa por una reducción de Vox, que ya ha perdido el glamour macabro de los revolucionarios de salón conservadores, y por el arrinconamiento de quienes, de un modo u otro, han dado oxígeno a las hordas de Abascal y han sido puestos en ridículo por el electorado de derechas que ha dado mayoría absoluta al conservador moderado que no estaba dispuesto a gobernar con Vox, y que ha sido, por ello, elevado a las alturas.

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