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José Carlos Llop

La frondosidad del árbol

Uno cree en el carácter simbólico de los ciclos temporales: hace siete años escribí en estas páginas sobre Camp de Mar, primer poemario de Andreu Jaume –aparecido entre sus ediciones como crítico literario– y siete es un ciclo bíblico. Respecto a esas ediciones –que van de Connolly a Iris Murdoch en una larga lista que incluye traducciones, poéticas en su mayoría– Andreu Jaume es, esencialmente, editor en el sentido anglosajón del término y ese mundo, el anglosajón, es, además de su elección, el que ha amueblado año tras año su imaginario. Por eso cuando leí Camp de Mar –su título, que es lo primero que leemos de un libro– no pensé en Camp de Mar, no pensé en la toponimia mallorquina y tampoco en el locus, tanto sentimental como paisajístico, de Andreu Jaume, no. Pensé en los Cuatro Cuartetos de Eliot –una de cuyas traducciones más recientes es la que hizo para Lumen– y ahí estaba East Coker como en Camp de Mar libro está Camp de Mar lugar y al revés. Hablo de metafísica, no de evocación. Y ahí había también una toma de posición bajo la que se amparaba el poeta, el frondoso árbol de las tradiciones. No la rama Costa i Llobera, no la rama Gil de Biedma, no la rama Valente –y si aquí lo cito es porque he mencionado la palabra metafísica–, no la rama Ferrater, aunque ojo: tanto en Camp de Mar como en Tormenta todavía –el nuevo libro de Jaume– hay un guiño ferrateriano, como lo hay audeniano, que es la fuente, en la extensión del poema. Pienso ahora en ‘In memoriam’, pero sobre todo, pienso en ‘Poema inacabat’. ¿Entonces?

Hay que volver a Eliot y en Tormenta todavía hay que remontarse a Pound en sus primeras páginas y hay que hacer los honores –los hace Jaume aquí y allá en sus versos– al gran bardo de Inglaterra como explicación de la propia poética y comprensión de los enigmas de la vida. La frondosidad del árbol, repito. Y en ella la oscilación entre las dos vías de la modernidad de la poesía anglosajona. La que viene del Romanticismo y tiene en Thomas Hardy su principal heredero (Robert Graves, Edward Thomas, Wilfred Owen o Philip Larkin son ramificaciones de esa escuela), y la que arranca en los poetas metafísicos del XVII y se desarrolla en la vanguardia, cuyo profeta es Pound, Eliot su más refinado representante en Europa –en Estados Unidos hubo más pero sólo citaré a Wallace Stevens, tan amado por Jaume, también– y W.H. Auden, su destilación más humana y fruto de ambas corrientes. Complicidades que nos unieron en el tiempo (Jaume fue editor de dos de mis poemarios). Pero del mismo modo que hablo de humanidad en un sentido tradicional y amable, tampoco me olvido de los parámetros esenciales por los que se desliza la poética de Andreu Jaume en su planteamiento primero, sin olvidar, vía Pound, a Basil Bunting, muy querido por él. Hay otros –como hay otras derivas– y está la tentación alemana –muy propia en un discípulo de Jordi Llovet–, con la sombra de un rilkeano Barral detrás, pero aquí me voy a parar porque aún no es el momento. Ya llegará si ha de hacerlo.

Con estos dos libros, Camp de Mar y Tormenta todavía, Andreu Jaume se enmarca en la familia de poetas mallorquines de obra en castellano y esto no son cosas que se busquen voluntariosamente sino que son. No hay en ella un árbol frondoso al que acogerse, como en el caso anglosajón, o en el de la poesía catalana, pero sí una corriente abierta a todas las demás y enriquecida por la poesía europea y americana del siglo XX. Desde El prestidigitador de los cinco sentidos, de Jacobo Sureda, hasta Tormenta todavía, pasando por nombres como Cristóbal Serra –cuya prosa tiene un potente élan poético–, Eduardo Jordá, Enrique Juncosa, Juan Planas Bennásar, Antonio Rigo, Vidal Valicourt… –y me dejo en el tintero porque hay más–, la poesía mallorquina en castellano ha sabido buscar, del distanciamiento de Eliot a la cercanía de Graves, de la vanguardia a la tradición, el humus necesario para ser y enriquecerse al margen de cualquier oficialidad o militancia crítica. En verdad que son cosas que no se necesitan para escribir. El genius loci de Andreu Jaume –como en los demás, citados o no– se encuentra en Camp de Mar y está en Tormenta todavía y esto es lo importante. Ocurre con Eivissa y Vicente Valero o Ben Clark de modo similar. Sólo que en Jaume, el paisaje también es mental.

Un libro de poesía no debe ni puede destriparse al margen de cada lector, que es único. Dejemos eso a los profesores, pero de entre todos los planos poéticos por donde se mueve Tormenta todavía, el más narrativo es, a mi parecer, donde lo hace con más soltura, emoción y distanciamiento crítico. Otros preferirán distintos aspectos. A mí, la historia de amor y desencuentro, Florencia, el abandono, la soledad, el salto entre la costa mallorquina y la ciudad italiana y el ritmo que marcan cosas, pensamientos y ánimo vital a medida que se van engarzando en los versos, es donde, como lector, he reconocido el espíritu que sustenta el libro y ese espíritu está en el frondoso árbol que aquí describo, como una invitación. Sólo una apostilla: cuando ‘Gil de Biedma mató a su personaje/ y se libró por fin de lo biográfico’ (sic) lo principal, creo yo, no es que escribiera sus mejores ‘poemas últimos’; es que con ese librarse de sí mismo dejó de escribir y ahí ya estaba la muerte. Y Tormenta todavía, en el fondo –el poema como ser–, lo sabe.

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