Esta semana hemos asistido a una visita incómoda, la de Juan Carlos I, y a una imposible, la del rapero Valtònyc, con el cuestionamiento de la acción de la Justicia como telón de fondo. El rey emérito ha convertido su regreso a España, tras dos años de autoexilio en los Emiratos Árabes, en un espectáculo, con cuatrocientos fieles y curiosos jaleando vítores a su llegada a las regatas de Sanxenxo, mientras la mayor parte de la ciudadanía sigue esperando que haga un hueco en su ociosa agenda para dar explicaciones de unos manejos económicos poco ejemplares. El seísmo provocado por la visita evidencia un pulso que acentúa la inacción de Felipe VI, quien ha introducido en la Corona cambios de cierto impacto mediático, como revocar el título de Duquesa de Palma a la infanta Cristina por el ‘caso Nóos’ o privar del sueldo asignado por la Casa Real a su padre. Decisiones dolorosas en lo íntimo y adoptadas a modo de cortafuegos, pero de escaso calado para el funcionamiento interno y la transparencia actual. Ante el incendio que abrasaba la institución, Felipe VI dio a conocer su patrimonio, 2,6 millones de euros, pero no el de la reina Letizia, y, sobre todo, se resiste a la abolición de la inviolabilidad, privilegio medieval inaudito en nuestro tiempo que otorga un escudo legal a los actos privados del monarca y que ha sido esgrimido por su progenitor para esquivar el banquillo.

Seguir eludiendo esa pena es el objetivo último del emérito en esta visita. Como ha relatado Ernesto Ekáizer en estas páginas, Juan Carlos I busca pruebas que acrediten su pertenencia a la Familia Real y refuercen el alcance de su inmunidad ante los últimos flecos de la demanda civil de su examante Corinna por difamación, acoso y seguimiento ilegal del CNI. Pero a diferencia de lo ocurrido en la celebración de su 80 aniversario, en esta ocasión, Zarzuela se resiste a facilitar la codiciada foto del encuentro que se producirá mañana. No es el único frente del emérito, por mucho que la Fiscalía se apresure a archivar en España actuaciones que competen al magistrado instructor, como recordó el juez José Castro, que algo de experiencia tiene en ese tipo de embates. Durante la presentación de sus memorias en esta casa, no ocultó el juez su pesar por la falta de valentía de su profesión ante «asuntos gordos».

Mientras Juan Carlos I se pasea con una campechanía desafiante y se hace recibir por el Rey, Valtònyc no puede arriesgarse a regresar a su tierra. La justicia belga ha denegado definitivamente su extradición a España al apreciar que el derecho a la libertad de expresión prevalece sobre los delitos de injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo, por los que fue condenado a tres años y medio de prisión. Por terribles y carentes de calidad poética que resulten sus versos, la situación evidencia una vez más una peligrosa devaluación de derechos fundamentales en España y la persistencia de dobles varas de medir en un sistema que se tiene por democrático.