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JOrge Dezcallar

Principios flexibles

Es una forma amable de decirlo. No respetar los principios puede traer ventajas a corto plazo pero a la larga se suele pagar caro. Y a veces también a la corta. El gobierno parece ignorarlo como muestra su forma de gestionar la relación con Marruecos y de cesar a la directora del CNI.

Mohamed VI, respaldado por la decisión de Donald Trump de reconocer su soberanía sobre el Sáhara Occidental, nos dio un aviso cuando el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, vino a España para tratarse de Covid. Advertir con antelación de su visita hubiera sido cortés pero no habría evitado la crisis porque Marruecos la deseaba para poner en práctica lo que Marcos Bartolomé ha llamado en un reciente artículo de Foreign Policy “la diplomacia de la rabieta” (tantrum diplomacy), y para presionar con el tema migratorio mientras asfixiaba económicamente a Melilla y a Ceuta, hacia la que lanzó una avalancha de 10.000 personas, muchas de ellas menores, y luego completó la jugada llamando a consultas a su embajadora en Madrid. Y el presidente Sánchez se arrugó, como Marruecos sabía que acabaría haciendo, y primero le ofreció en bandeja la cabeza de la ministra de Asuntos Exteriores Arantxa González Laya, y como eso no fue suficiente acabó reconociendo implícitamente la soberanía marroquí sobre el Sahara pues esa es la consecuencia obvia de apoyar su plan de autonomía. Se trata de una decisión personal que cambia la política española de los últimos 50 años, tomada extralimitándose en las competencias presidenciales (artículo 69 de la Constitución), sin conocimiento de sus ministros, sin el respaldo de ninguna fuerza política en el Congreso al margen de su propio partido, el PSOE, cuyo programa electoral exigía un referéndum de autodeterminación para el Sahara, y olvidando que la política exterior exige consenso porque responde a intereses del Estado que no cambian cuando lo hace el inquilino de la Moncloa. Y sin explicarnos tampoco, al menos hasta la fecha, cómo contribuye esta decisión a facilitar una solución del conflicto o qué ventajas tiene para España, al margen de las puntuales de controlar algo más la inmigración irregular o de aliviar la presión sobre Ceuta y Melilla sin modificar el problema de fondo, porque Marruecos nunca va a abandonar su reivindicación de soberanía. O sea que cedemos en principios a cambio de ventajas coyunturales, al margen de la legalidad internacional y enfrentándonos con Argelia cuando su gas nos es más necesario que nunca y eso, que es malo, no es lo peor. Lo peor es que Marruecos huele debilidad y esa es una receta que garantiza problemas en el futuro.

Y puestos a ceder, Pedro Sánchez también lo ha hecho en el caso de las escuchas, donde en lugar de defender al CNI explicando a los lideres independentistas las fundadas razones por las que se les escuchaba y se les seguiría escuchando, siempre con autorización judicial, mientras no cejen en su intento de romper ilegalmente España, el presidente se humilló ante ellos y cesó a la directora del CNI que no hacía otra cosa que seguir las instrucciones que le da el gobierno en la Directiva de Inteligencia, munida de las preceptivas autorizaciones judiciales cuando la investigación afecta a derechos reconocidos en el artículo 18 de la Constitución. El gobierno afirma ignorarlo todo cuando es el que ordena y recibe el trabajo del CNI, y trata de desviar la atención hacia un grave fallo en la seguridad del teléfono presidencial... que no es competencia del CNI sino de la propia presidencia, como bien sabe el ministro Bolaños. Otra vez se sacrifican los principios en aras de beneficios a corto plazo pagando, eso sí, el elevadísimo precio de humillar al Estado y de desprestigiar instituciones tan importantes para nuestra seguridad colectiva como el Centro Nacional de Inteligencia. Y así, cortando cabezas, se escurre el bulto de una investigación a fondo de lo ocurrido mientras da la impresión de que puede haber otros actores ¿extranjeros? de los que se sospecha pero que no han salido a la luz .

Y a lo mejor todo para nada, porque aunque Sánchez teme no poder mantenerse en el poder si le falla el apoyo del variopinto grupo de nacionalistas que apoyaron su investidura, éstos no se pegarán un tiro en el pié porque saben que cualquier alternativa sería peor para ellos.

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