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360 grados

Negacionismo

Existen formas de negación que son colectivas, que suelen estar muy organizadas y cuyo objetivo es desestabilizar determinados estados de opinión

Seguramente habrá escuchado o leído en los últimos tiempos sobre el negacionismo, un fenómeno que ha cobrado un gran protagonismo en los discursos públicos. Puede decirse que la negación es, en cierto modo, un tipo de mecanismo de defensa psicológico para ignorar/negar una realidad que nos produce angustia. Sin embargo, también existen otras formas de negación que son colectivas, que suelen estar muy organizadas y cuyo objetivo es desestabilizar determinados estados de opinión. A esta última forma de negacionismo es a la que me referiré en las próximas líneas.

Este negacionismo de carácter colectivo implica posicionarse de manera activa para rechazar hechos que han sido respaldados por la evidencia científica o histórica. Porque el verdadero objetivo no es defender un determinado punto de vista, sino descalificar un estado de opinión o consenso para beneficiar intereses económicos, políticos o ideológicos.

En los periodos de crisis social, los relatos negacionistas proliferan con rapidez y visibilidad, incrementados por otros factores como la desconfianza en las instituciones y la falta de legitimidad de los poderes públicos. La incertidumbre, la globalización y la desconfianza ante la gestión pública de los riesgos se perciben como situaciones ante las que hay que reaccionar.

Desde un punto de vista estratégico, los negacionistas construyen argumentos falsos, incluso tóxicos, para invocar conspiraciones, exacerbar el debate político y se recurre a falsos expertos y a una interpretación sesgada de los datos. El gran problema se produce cuando esos discursos negacionistas son asumidos por una parte de la población, que los acepta como válidos, independientemente de las evidencias científicas o históricas. Asimismo, los negacionistas necesitan medios de reproducción masiva de sus mensajes para provocar reacciones emocionales intensas e inmediatas. Esto se ve favorecido porque, en la actualidad, cualquier persona puede convertirse tanto en productora como en consumidora de contenidos informativos, debido al auge de las nuevas tecnologías de la comunicación.

En la última década, irrumpió con fuerza el término posverdad para referirse a aquellas situaciones en las que los hechos objetivos tienen menos valor que las apelaciones emocionales o las creencias personales. Este contexto de posverdad contribuye a la difusión masiva de los relatos negacionistas. El hecho es que contrarrestar un discurso negacionista requiere cierta velocidad de respuesta y las instituciones rara vez responden inmediatamente.

El repertorio temático del negacionismo abarca causas muy dispares, en muchos casos peligrosas y en otros absurdas, como los movimientos antivacunas, los antisida que niegan la relación con el VIH, los terraplanistas, los negacionistas del cambio climático antropogénico, los negacionistas del Holocausto, los antievolucionistas, los antiespecies invasoras, los que niegan el racismo, la violencia de género, la memoria histórica, los derechos humanos, los riesgos del covid-19 o, incluso, la conquista islámica de la Península Ibérica, solo por citar algunos ejemplos.

Otro aspecto importante es que el negacionismo no siempre actúa de frente, sino a través de diversas técnicas sutiles y perversas. El libro de Stanley Cohen States of Denial identificó las tres categorías por las que se canaliza la negación. La primera de estas categorías se denomina negación literal, que es una negación directa en la que se niega un hecho o conocimiento, es decir, se afirma que algo no sucedió.

La segunda es la negación interpretativa, que no niega ni cuestiona los hechos, sino que se les da un nuevo significado para distorsionar o banalizar su sentido.

La tercera categoría se trata de la negación implicatoria y consiste en negar sus implicaciones sociales, políticas y morales. Esto es, no se niegan los hechos; no se cuestiona su interpretación convencional, sino lo que se niega son sus consecuencias sobre lo que es o no correcto.

Así, la negación directa es solo una forma más, pues existen otras técnicas sofisticadas como desacreditar a las víctimas, desprestigiar a testigos y científicos, resignificar los acontecimientos, evitar el escrutinio o justificar acciones execrables.

Los efectos del negacionismo son variados pero insidiosos, con diferencias en función de lo que se esté negando. Por ejemplo, los negacionistas climáticos no han roto el consenso científico, pero sí que han logrado paralizar que se tomen decisiones inmediatas para abordar este problema. En cambio, la negación de un genocidio en una determinada sociedad resulta un proceso doloroso para las víctimas que dificulta la convivencia colectiva, por lo que muchos países europeos han creado leyes contra el negacionismo y los delitos de odio.

Lo cierto es que, tras las estrategias y los discursos negacionistas, existen siempre intereses de grupos movilizados, con planes de acción diseñados y bien coordinados para lograr su máxima difusión en el actual contexto digital y global.

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