Mallorca vuelve a ser foco de atención ante las tragedias humanas provocadas por excesos de muy distinta índole en vacaciones. La muerte por balconing de un británico de 34 años en Magaluf y de un holandés, de 31, por un lanzamiento imprudente en un acantilado de las Illes Malgrats suponen un dramático arranque de la temporada. Ambos subestimaron el riesgo que asumían y sus posibles consecuencias, como tantos otros que llegan a la isla en busca del paraíso del desfase o de hazañas extremas con las que lograr reconocimiento en las redes sociales. No hay que generar alarmismo, pero tampoco menospreciar la trascendencia de lo que está en juego. Los que sobrepasan los límites tolerables sin pensar en las consecuencias para ellos y para la tierra que les acoge son una minoría, pero sus comportamientos hastían a la población residente y a muchos compatriotas, además de erosionar la imagen de destino de calidad que persigue la isla.

Tras expresar su consternación y dar el pésame a las familias, la presidenta del Govern, Francina Armengol y el conseller de Turismo, Iago Negueruela, han apelado a la responsabilidad y al respeto que merecen los ciudadanos de las islas, y han lanzado un nítido mensaje: «El turismo de excesos no es bienvenido en Balears». Los comportamientos incívicos tensan la convivencia entre la actividad turística y la vida cotidiana de los residentes, por más que muchos vivan de esta industria.

Hay que ahondar en el camino emprendido hace dos años con el decreto contra el turismo de excesos para castigar las barras libres, las ‘happy hours’, las excursiones etílicas y otros inventos de desmadre, pero de poco servirá la herramienta jurídica si la administración no refuerza los recursos de inspección o perviven elementos en el sector que se resisten a abandonar estas ofertas agresivas, sin importarles su impacto. Hay que persistir en las campañas de sensibilización en los principales países emisores, en los que en 2016 un gran turoperador promocionaba Mallorca con el eslogan «Diversión hasta que te recoja el médico». Ha hecho bien la Federación Hotelera de Palmanova Magaluf en enfatizar las inversiones realizadas en la zona, tanto en los espacios públicos como en los privados, para mejorar la calidad de la oferta, pero poco ayuda el negacionismo del balconing. Hay que encarar la realidad, no disimularla.

El hastío ante el exceso se ha escenificado también esta semana entre los vecinos de Santa Catalina, que acudieron a San Ferran a denunciar su abandono ante las reiteradas denuncias por ruido y suciedad que soportan especialmente en diez calles y ocho locales. «Denuncian hasta que la gente pasea por la calle, y no es delito», les replicó un displicente José Hila. El alcalde de Palma no ha valorado el hartazgo del exceso de unos vecinos que ven cómo el ayuntamiento recauda con las licencias y se desentiende del cumplimiento de las normas que velan por la convivencia ciudadana.