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Bernat Jofre

Los medios, ante el espionaje

Gerard Piqué, durante su intervención en Twitch en la noche del lunes.

«El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente».

Nicolo Machiavelli.

Diplomático florentino, SS XV-XVI.

Estos últimos días, han saltado a la palestra mediática nacional diversos casos con un nexo común: presuntamente, han sido revelados mediante espionaje. Hablamos de las posibles escuchas a prominentes figuras de la sociedad catalana mediante el programa «Pegasus» y las grabaciones efectuadas a los celulares del defensa central del Fútbol Club Barcelona, Gerard Piqué i Bernabéu y sus contactos. De hecho, - citando siempre a fuentes más o menos conocedoras del caso - el segundo es una ramificación del primero. Siguiendo con la trama futbolera, se nos ha constatado - si no se sabía ya - hasta dónde puede llegar la podredumbre del fútbol español. El engaño que podemos estar sufriendo los aficionados al balompié nacional puede ser incluso mayor que el perpetrado anualmente en la Superliga Azteca mexicana, cuyos equipos están en manos de unos pocos oligarcas. Suelen poseer más de dos escuadras por grupo empresarial o familiar: así se controla mejor el lucrativo negocio de las apuestas deportivas, sin ir más lejos. Después de escuchar ciertos audios, se empiezan a entender determinadas maniobras, como la que hace una temporada obligó al C.E. Andratx a viajar a Andorra para jugar su duelo copero contra el equipo que preside Piqué... cuando por reglamento debía ser a la inversa.

Ahora bien, lo que debería ser motivo de reflexión no es si los contactos a determinadas esferas provocan favoritismos o no: desgraciadamente vivimos en una sociedad donde el dinero suele primar sobre cualquier otra clase de principios, léase ética o moral. Tampoco si el Estado juega limpio ante la ciudadanía: quien tenga un mínimo de pensamiento crítico ya podrá intuir la respuesta. Lo que debe ser fundamento para el análisis es la diferencia de tratamiento periodístico con que se han encarado ambos sucesos. En lo concerniente a las supuestas audiciones masivas - se habla de centenares de móviles infectados - ilegales con fines políticos, tan sólo una determinada prensa madrileña justifica la acción. La mayoría intenta callar, un tanto ominosamente: la falta parece ser demasiado evidente como para ser tildada de «gestión transparente», tal como defendió José Manuel Albares, ministro de Asuntos Exteriores del Reino. La consigna parece ser el dicho castellano del «más vale no meneallo». Quizás se olvide con el tiempo.

No ocurre lo mismo con los registros de voz balompédicos, evidentemente captados sin el consentimiento de los afectados...pero aun así, reproducidos hasta la saciedad por todos los medios nacionales. Deberíase abrir un debate serio. Como mínimo a nivel profesional: si la clase periodística se queja - y con razón - de que un juez palmesano limita y cohíbe la libertad profesional aprehendiendo los móviles de dos periodistas mallorquines, de la misma manera debería ignorar material conseguido de manera sospechosa. Yendo contra las mínimas libertades ciudadanas. Por muy escandalosos que sean los contenidos: la profesión periodística debe establecer sus líneas rojas. De hecho, las tiene. Por ello, sorprende sobremanera el eco que han acabado dando a material presunta pero claramente delictivo: el Código Penal es muy claro en este aspecto. La Ley Orgánica de Protección de Datos, también.

Si no se da ese paso, acabaremos como en la película Blade Runner: con un micro del Líder volando autónomamente por encima de nuestras cabezas. Y lo encontraremos la cosa más natural del mundo.

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