El miércoles, era presentado como Santo por la doctrina católica. La bofetada —documental— me cogió desprevenido. Su carácter gráfico no menguó la impresión emocional que me supuso conocer la sentencia sobre los hombres que, vertió la consellera de asuntos sociales, Josefina Santiago Rodríguez: «no són dones les que necessiten nins de quinze anys per satisfer els desitjos sexuals, són homes, massa homes». Se refería a las menores tuteladas por el IMAS que fueron prostituidas. No me doy por aludido directamente, pero mi condición de hombre imposibilita ponerme de perfil. Pongo en valor las palabras de la consellera, y compruebo que sí, que sabe —con razón— hacer daño.

El mismo día leí en el diario El País, un artículo situado en Bucha —Ucrania—, titulado: Mujeres y niñas como botín de guerra... El contenido, atribuyendo los crímenes al ejército ruso, reseñaba violaciones a 25 menores, de edades comprendidas entre los once y catorce años, secuestradas y esclavizadas sexualmente durante un mes. De ellas, nueve quedaron embarazadas. Aparecía citada, asimismo, otra agresión sexual practicada sobre un hombre posteriormente asesinado.

Afectado, empecé a escribir este artículo. La ignominia que padecen tantas mujeres en el mundo, de la que hay —no tan pocos— hombres responsables, hizo una vez más, que me tuviera que justificar ante el reflejo del monitor y recordarme que: no todos los hombres. El sintagma: «vergüenza de género» se me queda corto.

Acabada la interlocución, a pesar de que, en el democrático México durante el último cuatrienio, ante los ojos de las demás democracias occidentales «preocupadas por los derechos humanos», habían desaparecido «solo» más de 8000 mujeres, desistí de continuar redactando. Ya se había escrito bastante al respecto y más se escribiría sobre el eterno escenario de: determinados hombres «animales» alumbrados por mujer, violando a personas. Algunas de ellas, futuras madres de otros hombres, en lista de espera para retroalimentar la cadena del sufrimiento.

En la escala del mal, hay engendros seguidores de Charles Manson que, son capaces de aplastar seres humanos y transformarlos en líneas resilientes de manuales de autoayuda. Uno de ellos actuó en Igualada hace varios meses.

Tras la Pascua, los Mossos de Escuadra detuvieron al presunto autor de la brutal violación en Igualada, la cual está extensamente difundida desde su consumación.

La detención, se produjo tras una laboriosa investigación policial que ha durado más de cinco meses, por lo que, cabe felicitar a las personas investigadoras —mujeres, en su mayoría— y desear que los racionales indicios de participación, se vean refrendados judicialmente.

El jueves 21, poniendo en valor el esfuerzo de los agentes, se divulgaron detalles relacionados con la telefonía que, fueron clave para su identificación. Esa información —que no voy a repetir— la consideré excesiva e innecesaria. Ahí lo dejé.

Al día siguiente, además del amplio eco del suceso, un medio nacional explicó con todo detalle el método de investigación aludido. Llegó a darle tratamiento nuclear en lugar de instrumental. Ya no lo dejé, recuperé las notas abandonadas y volví al teclado.

Esos datos ignorados, responsablemente, por la práctica totalidad de medios de comunicación, —salvo el sumarial— como técnica de investigación policial, no son secretos. Probablemente, alguna serie televisiva sea más formativa. Ahora bien, el momento y la difusión preeminente que se hizo de ese concepto, será negativo para esclarecer agresiones a futuras víctimas, «que las habrá». El mensaje es demasiado directo, ilustrado, didáctico y facilitador de la impunidad de próximos monstruos, «que también los habrá».

No se trata de limitar el derecho a la información, sino de ponderar la necesidad de transmitir ese dato tangencial, con el aprendizaje vicario que potenciará la formación criminalística de los violadores. Toda acción preventiva en este campo es encomiable.

Respecto al hilo inicial, solo destacar que, incluso en la violencia sexual, existe desigualdad de género. Cierto, que las consecuencias físicas, emocionales y vitales pueden llegar a ser equiparables en monstruosidad. Sin embargo, como les paso a esas nueve adolescentes ucranianas, exclusivamente las mujeres pueden quedarse embarazadas. Y ese supuesto —fruto de una violación— al poner a las gestantes en tesituras dramáticas, debe ser terrible.

Por otro lado, las criaturas —inocentes— pueden convertirse en una secuela vitalicia a modo de efecto de arma de guerra cronificado.