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Bernat Jofre

El peligro real de una guerra mundial

Catorce de abril del presente. La Universidad de Agricultura y Técnica de Carolina del Norte se viste se gala: Joe Biden se ha desplazado desde la Casa Blanca hasta el reconocido centro académico. Impartirá una conferencia sobre el sector primario desde diversos puntos de vista. El primero, sobre los progresos tecnológicos en la actividad agrícola. La segunda parte de su intervención versará sobre la superpoblación: los retos que ello representa para con los explotadores de tierras de hoy en día. Acabará su alocución refiriéndose a la guerra de Ucrania desde dos perspectivas: la eminentemente productiva -el país eslavo es una de las grandes potencias cerealistas del orbe- y la meramente política. En un principio, al presidente se le ve cómodo: está en su ambiente. Como descendiente de terratenientes, sabe lo ingrato que puede llegar a ser el campo. Pero si bien el líder está hilvanando un discurso sobrio y sin fisuras, hay algo en su lenguaje no verbal que no acaba de cuadrar. Las reiteradas anécdotas de su niñez en la explotación familiar empiezan a preocupar: entre el público se están cruzando miradas de cierta incredulidad. Que se convierte en auténtico pánico cuando hace un alto. Se disculpa ante el auditorio, se gira hacia una esquina y empieza a hablar... consigo mismo. No obstante, la utilización de sistemas de comunicación inalámbricos por parte de los inquilinos de la Casa Blanca disculpan momentáneamente el «lapsus»: una comunicación urgente, quizás. No obstante, la sospecha de que alguna cosa podría estar acechando al veterano político se confirma al acabar el discurso: Joe Biden se despide solemnemente de una presencia que tan sólo ve él. Encaje de manos y reverencia incluidas. Después, el hombre en teoría más poderoso del mundo se va de la sala, no sin antes permanecer unos incómodos segundos en silencio, quieto, aún ocupando el estrado. Recordando vívidamente los episodios que protagonizó en su día Pasqual Maragall i Mira antes de que el neurólogo Nolasc Acarín le diagnosticara Alzheimer.

El debate ha surgido casi de inmediato en los cenáculos de poder estadounidenses: ¿Está en sus plenos cabales Biden? O lo que es lo mismo... ¿Está seguro el mundo con el de Delaware teniendo a su alcance las tres temidas claves del maletín nuclear que lo acompaña a todas horas? La respuesta es realmente compleja. En su reciente novela Never el escritor Ken Follet recrea un cataclismo nuclear por la ausencia de humildad y sentido de la negociación de las grandes potencias mundiales. En estos momentos, nos encontramos con un potencial peligro de que lo que el genial talento galés recrea pueda hacerse realidad. Por un lado, un líder paranoico con ínfulas de grandeza y un enorme arsenal nuclear. Por el otro, un hombre al cual las fuerzas le empiezan a fallar. Entremedias, un cómico metido a político -parece un chiste, pero no lo es en absoluto- y una llamada «comunidad internacional» más interesada en las materias primas ucranias que en la integridad de su clase política.

Realmente perturbador.

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