Como Sarajevo en la guerra de BosniaAlepo en la de Siria, Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial o Guernica en la civil españolaMariupol se ha convertido ya en el símbolo de una guerra, la de Ucrania, a cuyo desarrollo asistimos todos con la respiración contenida porque de él depende el destino común. La ciudad portuaria del mar de Azov, enclave estretégico según todos los analistas del conflicto bélico, resiste desde su comienzo un asedio que la asemeja a otras que fueron hitos en la historia por su resistencia ante los invasores; la Troya del relato homérico, la Numancia celtíbera, la Masada judía, el legendario El Álamo de la guerra de independencia entre Texas y México, los últimos de Filipinas de la última guerra colonial de España… Símbolos de resistencia que engrandecen a quienes la protagonizaron y que se agrandan a la vez con el paso del tiempo, ese escritor de leyendas contra el que ni la historia puede.

Mientras escribo este artículo, en la acería Azovstal de Mariupol, un enorme complejo siderúrgico, resisten los últimos militares ucranianos junto a un millar de civiles sin capitular ante los últimatums rusos, cuyo ejército controla ya la ciudad entera. O lo queda de ella, pues prácticamente es una ruina.

En la acería, sin alimentos ni medicinas, sin luz ni agua, solo el orgullo y el miedo mantienen en pie a los resistentes, como a sus predecesores en este tipo de odiseas, mientras sus enemigos se impacientan porque cada día que pasa es una victoria moral para aquellos y un retraso en su objetivo, que es controlar la ciudad de verdad por fin.

El final de la historia está ya escrito, pero, mientras llega y no, el nombre de Mariupol cobra cada vez más fama como antes el de otras ciudades convertidas en ejemplos de resistencia y de sacrificio estéril. O no. Hay quien opina que este tipo de epopeyas contribuyen a otro tipo de victoria, la moral, tan importante como la militar como la historia nos demuestra desde antiguo.

En casi todas las guerras acaban triunfando las ideas de los vencidos dijo alguien y, sea verdad o no, en esta de Ucrania parece que eso va a ocurrir, puesto que el mundo entero asiste a su desarrollo. Las tecnologías de la comunicación permiten contemplar casi en directo las atrocidades que se cometen a mil kilómetros de distancia y hoy por hoy esa batalla la van ganando los ucranianos, los verdaderos sufridores de una guerra a la que la vecina Rusia les ha obligado por más que diga la propaganda de este país.

Cierto que entre los ucranianos, y más concretamente entre los militares del Batallón Azov, el que combate en la acería de Mariupol, filonazis muchos de ellos, más que por admiración a Hitler, por oposición al imperialismo ruso de Putin, tampoco todos son inocentes, pero lo que está claro es que entre David y Goliat la historia tiende siempre a premiar al primero, máxime cuando la agresión viene del segundo.

La imagen de Zelenski, el presidente ucraniano, animando a sus ciudadanos a resistir y resistiendo él mismo en su puesto en lugar de huir del país como hizo el de Afganistán hace poco se ha convertido en un icono ya, un emblema de la dignidad de un país de la que la ciudad de Mariupol es otro. Lo demás, las crónicas de la guerra, las acusaciones mutuas, las teorías conspiratorias que en estos casos siempre aparecen, dirán lo que quieran, pero esta guerra ya la ha ganado Ucrania para la historia por más que Rusia se imponga militarmente, que se impondrá.