Los últimos diez años de mi vida laboral los he trabajado con la prensa en el sector de las telecomunicaciones. Allí se popularizó un término que hoy todo el mundo usa. Me refiero a lo disruptivo, a un producto o actitud que produce una ruptura y que genera una renovación radical. Sin embargo, no había sido testigo de una actuación plenamente disruptiva hasta hace pocos días en una conocida hamburguesería de Palma. En la mesa de al lado había un nutrido grupo de mujeres. Hablaban de un tal Paquito «el baboso» que había acosado a una de ellas. No había pasado a mayores pero la chica, pongamos que Xisqueta, se sentía mal. Se lo había contado a su novio, que se había enfrentado al tipo. Nada de bofetadas al estilo Will Smith, solamente malas palabras.

Hasta ahí todo me pareció normal porque en todos los grupos de amigos hay un Paquito baboso. Lo que me sorprendió es que las amigas recriminaban enérgicamente a la chica que se lo hubiera contado a su novio generando «malas vibraciones» en la cuadrilla. Todas ellas reconocían que era estrategia habitual del pájaro aprovechar las ausencias de los novios para «entrarlas» y que eso les hacía sentirse muy incómodas: Una confesó que le ofreció su casa al quedarse sin alquiler y tuvo que irse a los dos días porque se le intentaba meter en la habitación, otra tuvo una situación muy desagradable en el baño de un bar, a otra le había hecho una acometida irritante y descarnada tras ofrecerse a acompañarla a casa... En resumen, todas estaban de acuerdo en que Paquito era un baboso, pero les parecía mal que la chica lo hubiese destapado porque ella misma «le había parado los pies, no pasó nada y tendrías que haber evitado líos a tu novio».

Y aquí es cuando se produjo la situación realmente disruptiva ya que Xisqueta les explicó que no se trataba de una cuestión de celos, ni de fidelidad o amor romántico. Que el tipo no la había amenazado, ni insultado, pero abusaba de la posición de superioridad que le daba esa «ley de silencio» que ellas invocaban y no lo hacía por casualidad, sino de manera consciente e intencionada. Que no era lo mismo que un extraño le dijera cosas a que la hostigara un amigo del grupo. También les aclaró que antes que a su novio se lo había contado a todas ellas solicitando su apoyo para explicarle a Paquito el baboso que esa actitud no era adecuada y que las hacía sentir molestas, que temían salir con el grupo cuando no venían sus novios porque «sabemos que Paco lo va a intentar». Y, para terminar, les preguntó a las que tenían hijas si en una situación similar también les aconsejarían que callaran y tragaran.

A esas alturas a mí me daban ganas de levantarme a aplaudir. La chica había sufrido una forma de acoso blando y yo estaba presenciando la criminalización de la víctima por destapar el marrón. Me vino a la mente los cientos de casos de pederastia ocultados por la Iglesia para proteger a la institución. Las mujeres del caso Harvey Weinstein, el repugnante depredador sexual que se sirvió de su cargo para violar a muchas mujeres. Pensé que las mujeres que le denunciaron fueron verdaderas heroínas que se arriesgaron al ostracismo social por atacar a un personaje con tanto poder. Pero también hubo verdaderas arribistas que se plegaron a las exigencias de Weinstein para poder intervenir en sus películas sin denunciarle hasta que otras dieron la cara, aprovechadas como las amigas de la chica de la mesa de al lado para proteger al compañero de fiestas.

Son abusadores de mujeres los tipos que drogan a quinceañeras inocentes y los que abusan de mujeres borrachas, pero también los Paquitos que se aprovechan de esa ley del silencio de los grupos de amigos para molestar a las chicas. Hay que acabar con los Paquitos el baboso y para eso hay que terminar con esa aceptación social de su forma de acoso blando. Así que, sí, Paco, además de baboso eres un acosador. Amigas silenciosas, vuestro mutismo no es para evitar complicar la vida a vuestros novios, sirve para proteger a un abusador. Y, sí, Xisqueta, eres una víctima e hiciste muy bien en contárselo a tu novio y a todo el que quiso oírte. Quiero una novia como tú para mi hijo.

Para terminar, les recomiendo una película que denuncia esos silencios que convierten a testigos en cómplices de abusos. Se trata de Una joven prometedora de la oscarizada Emerald Fennell.