Hace poco, en un congreso feminista, me gustó la metáfora que utilizó la representante de La Red de Mujeres de América Latina y el Caribe. Refiriéndose a las sociedades patriarcales en las que las mujeres aún somos en muchos aspectos, ciudadanas de segunda clase, ella decía que somos como las «realquiladas» de un piso. Recordé esta metáfora durante la I Trobada de Dones Veïnals de Palma del 26 de marzo, cuando más de una docena de asociaciones vecinales reflexionábamos sobre nuestra vida en los barrios de la ciudad.

Somos como las realquiladas por qué, ¿quiénes diseñaron las ciudades, bajo qué intereses y para cubrir qué necesidades? Desde luego, no las mujeres, pues hasta finales del siglo XIX y primeros del XX se nos negó la presencia y cualquier intervención en el espacio público. Tampoco nadie nos pidió opinión. Las ciudades, respondiendo a multitud de condicionantes, como el clima, las necesidades defensivas, o las económicas, han ido evolucionando a conveniencia de quienes detentaban el Poder, siempre hombres. En el siglo XIX con el aumento de la población urbana, los retos eran mejorar las condiciones higiénico-sanitarias y la circulación de la vía pública, ya que los centros de producción se iban trasladando a las afueras de las ciudades, creándose zonas diferenciadas de viviendas, trabajo, comercio y ocio.

Al responder a los intereses masculinos, se organizó una red de comunicación lineal, pues ellos solo necesitaban trasladarse desde sus residencias a su trabajo y ocio en sus coches o el transporte público, mientras que las mujeres, con recorridos vitales más circulares -pues necesitamos desplazarnos desde la casa al mercado y al centro de salud y desde allá al colegio de lxs hijxs y a nuestros centros de trabajo- no contaban con transporte circular para cubrir esas necesidades. Igualmente, el trazado de las calles, muchas con aceras estrechas para dar más espacio a la calzada para coches, se convierten con frecuencia en carrera de obstáculos si se lleva carritos de la compra, o de bebé, o se empuja sillas de ruedas, tareas que principalmente recae en las mujeres. Y así podríamos continuar señalando problemas a resolver.

Desde 1970 se inició un movimiento mundial conformado por arquitectas, urbanistas y sociólogas feministas, quienes, junto a lideresas comunitarias y sectores progresistas, comenzaron a reivindicar otro modelo de ciudad que incorporara a las mujeres como sujetos de cambio. Mucho se ha conseguido en estos decenios, y bastantes de las propuestas que humanizan las ciudades se deben a las surgidas de este movimiento, que la ONU ha asumido y recomendado globalmente. La Carta Europea de la Mujeres en la Ciudad, la Carta por el Derecho de las Mujeres a la Ciudad, la Red de ciudades seguras para mujeres y la infancia, etc, son hitos que se han ido traduciendo en cambios, y como ejemplo señalo las paradas de autobuses transparentes, pues son más seguras contra agresiones, el diseño de plazas y parques que propicia su utilización simultánea por personas de diferente edad, con zonas de juego que permiten la socialización tanto de las personas que juegan como de las que cuidan, o señalizaciones con iconografía no sexista y diversa incluyendo a las diferentes personas que forman parte de esta sociedad y las haga sentir parte de ella de igual a igual.

La alcaldesa de París, por ejemplo, convencida de que el modelo de ciudad que rige en la actualidad ya no es sostenible, ha recogido ideas del llamado Urbanismo con perspectiva de género y del Ecologismo y está empeñada en impulsar zonas multifuncionales, que combinen actividad residencial, comercial y administrativa conectadas con transporte público y ejes peatonales. Las personas que formamos parte de la AVV Canamunt-Ciutat Antiga, llevamos a cabo intervenciones como Barrilab o El Barri comestible que van por ese camino, y son varias las asociaciones feministas mallorquinas que llevan un tiempo señalando los déficits de los barrios y pueblos que impiden que las mujeres podamos vivir y disfrutar la ciudad con libertad y autonomía.

El Encuentro del 26 de marzo fue un paso más encaminado a reapropiarnos de los espacios públicos porque, al hacerlo, nuestros barrios y pueblos serán mucho más humanos, y habitables para toda la población. Es necesario continuar trabajando, porque el lema «La calle y la noche también son nuestras» sigue siendo para nosotras una asignatura pendiente.