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Norberto Alcover

EN AQUEL TIEMPO

Norberto Alcover

La mirada de Lucía

Póster de la película ‘Llegaron de noche’.

Cuando salí del cine, me sentía como quien reproduce una emoción antigua pero siempre nueva. No en vano, los tres años que permanecí en El Salvador durante un cuatrimestre anual significaron para mí un cambio de eje radical en mi vida. De tal manera que descendí del olimpo de un profesor universitario español y europeo, a una visión comprometida de la existencia que me ha dominado desde entonces. Y de pronto, tal ramalazo volvía a conmoverme tras el visionado de Llegaron de noche, la película que narra el caso de los jesuitas asesinados en El Salvador en noviembre de 1989, junto a dos empleadas de la UCA/Universidad Centroamericana, y todo ello reflejado en la mirada de Lucía, la única testigo viviente de aquella matanza. Ella misma y Tojerira, entonces Rector del centro universitario, han proporcionado a Imanol Uribe en la dirección y Daniel Guzmán en el guion, los materiales necesarios para enfrentar el caso desde una óptica novedosa, que convierte un episodio luctuoso en un thriller político, siempre de fuerte carga humanística y por supuesto ética. Con todas las resonancias religiosas del acontecimiento que, en su momento, conmovió a los españoles.

Vivimos tiempos oscuros, cuando la mirada se difumina entre noticias mediáticas y opiniones desconcertantes, de tal manera que se nos nubla la mirada y acabamos por figurar una «composición de lugar» inconcreta y a gusto de nuestros intereses. Ucrania y sus muertos dejan paso a la reflexión sobre Europa, y de pronto vuelve a llamarnos la atención un hombre infravalorado como Biden, que pone de nuevo sobre el tapete de la confrontación el poderío norteamericano, incluso en la cuestión petrolífera. Corremos el peligro de preocuparnos tanto por nosotros mismos que nos olvidamos del núcleo del momento, de esa Ucrania asolada por la maldad, así, sin matices. Por esta razón, el interés de esta nueva aproximación al «caso jesuitas», reside en que toda la película transcurre desde la mirada de esta Lucía, limpiadora de la Residencia de los religiosos, que jamás se retractará de cuanto vio. A pesar de los crueles interrogatorios de las autoridades norteamericanas y salvadoreñas. La mirada de Lucía, tan consternada como vigorosa, quiebra todo el film, que solamente al final nos permite, casi sin esperarlo, visionar la matanza propiamente tal de aquellos seis hombres que dedicaron sus vidas a recordar que la paz solamente se verifica desde la libertad y la justicia. Este fue su gran pecado, el que les llevó a la muerte.

Lucía, interpretada con vigor por Juana Acosta, no solamente es el eje narrativo del film, porque sobre todo, es el referente de la población civil, del pueblo sencillo salvadoreño, que soportó, en definitiva, las contingencias del conflicto. Ella, mujer de ese pueblo, es la que mira la realidad y la que dejará constancia de la misma, ascendiendo de su mera personalidad popular al de una protagonista de infinita altura en los actuales testimonios fílmicos. Sencilla, inteligente, delgada, menuda, tenaz. Insiste una y otra vez ante sus inquisidores en que no puede dejar de contar esa verdad que ha visto y oído sobre el asesinato de esos «padres» a los que quería y admiraba. Es una originalidad del guion que vertebra la película, le confiere una hondura elemental de extraña naturaleza. Los grandes protagonistas, los asesinados, dejan paso a esta mínima pero grande protagonista que se limita a mirar desde los entresijos de su habitación, con su marido y su hija. Llegaron de noche, insisto en ello, es al completo «la mirada de Lucía», primer título que debía ostentar el film. Y que hubiera resultado más ajustado a la realidad.

Póster de la película ‘Llegaron de noche’.

Póster de la película ‘Llegaron de noche’.

Decíamos que teníamos el peligro de solapar el drama ucraniano por razones europeas y españolas, que no dejan de tener su relevancia y de las que dependerá gran parte de nuestro futuro. Pero necesitamos que una y otra vez demos la oportunidad a que los que «vieron y oyeron» testimonien la masacre que está teniendo lugar en un pueblo tan lejano pero tan cercano. Esos testigos son nuestras Lucías en estos momentos tan crudos y tan ásperos, que bien pueden llegar a cansarnos. Qué duro es pero qué cierto. Y tales testigos siempre están en manos de personas populares, que aparecen en esas colas del hambre o en esos cadáveres medio escondidos bajo cualquier tabla. Sin dejar de lado a los corresponsales mediáticos que se juegan el tipo en cada aparición. No podemos dejar de mirar y de oír. Con la mirada de Lucía, hace años, en el Salvador.

Cuando llegué por vez primera a El Salvador, en mayo de 1990, la guerra civil proseguía y solo entonces experimenté lo que es el miedo en estado puro. Ese miedo que te obliga a ocultarte bajo el colchón. Que te impide respirar. Y cada vez que salía del aula universitaria, miraba a los lados, caminaba rápido y al llegar a casa respiraba agitadamente. Pero mis compañeros habían dejado el miedo porque el mal dominante se lo había eliminado. Hasta que un día, a media noche, salté de la cama, me vestí y salí a dar una vuelta por la calle con la que colindaba la Residencia. Solo. A disposición de quien fuera. Y a la vuelta, me senté en el peldaño de entrada y me dediqué a mirar alrededor. Fueron no más de diez minutos, pero ese día perdí el miedo porque caí en la cuenta de lo expuesto que estaba a quien le diera la gana. Era fácil matarme. Sin exageraciones, escribo que, desde entonces, apenas me amedrentan los acontecimientos diarios, por crudos que sean. Comprendí que vivir es aceptar el peligro. Vivir es arriesgar.

Me permito recomendarles el visionado del film, dejando de lado aprioris ideológicos y sociopolíticos: les invito a dejarse llevar por la mirada de Lucía, y caer en la cuenta de que la verdad más verdadera siempre nos llega desde el pueblo, de los desfavorecidos, de esa gente que, una vez ha visto y oído, no puede dejar de contarnos la verdad. Otra cosa es que nos interesen esas personas. Es la cuestión medular de la desigualdad dominante. Esa desigualdad que ocultamos porque nos obligaría a cambiar nuestras expectativas de vida. Estamos empeñados en cegar la mirada de Lucía. Qué triste. Qué inmoral.

Cuando acabamos de redactar estas líneas, Lucía, junto a su marido y su hija, vive en algún lugar de California, en permanente sospecha de que puede ser agredida. Los recuerdos se han convertido en parte de su vida. A su vez, Adolfo Cristiani, Presidente salvadoreño en el momento de la matanza de la Universidad, acaba de ser imputado por la misma justicia salvadoreña como presunto culpable por encubrimiento. Cristiani está desaparecido, no se ha presentado a declarar, limitándose a enviar un texto en el que atribuye la imputación al odio del juez por razones ideológicas. Lo mismo me dijo en 1991, durante la entrevista que conseguí y que jamás fue publicada por razones estratégicas: un gran elogio a la personalidad de Ellacuría, a la Compañía de Jesús, a la Universidad, junto a una dura reprimenda al conjunto de los medios españoles por haberle demonizado. Si sabía del operativo militar, miente y es cooperante intelectual. Si no lo sabía, entonces es evidente que no dominaba la «vía militar», y estamos ante un grave delito institucional. En todo caso, la justicia, tanto en España como en El Salvador, se abre camino y seguro que alcanzará resoluciones que pongan fin a evasiones, amnistías, mentiras y protecciones de todo tipo, para que la verdad sea reconocida en toda su extensión, los culpables respondan ante la ley, y, en fin, la mirada de Lucía demuestre todo su potencial moral, tal y como nos narra este film casi documental que, no en vano, lleva por título Llegaron de noche. Un film que merece verse.

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