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Ana Polo

Will Smith y la fiscalización de la violencia

El actor Will Smith. BRIAN SNYDER

Sobre Will Smith y la bofetada que le propinó a Chris Rock en la gala de los Oscar, unas cuantas consideraciones:

1) Los chistes sobre alopecia femenina, hechos por personas que ni son alopécicas ni son mujeres, y que por tanto no saben nada del estigma o el sufrimiento que puede comportar esta enfermedad, son una forma de violencia, por mucho que se vistan de chiste.

2) Son una forma de violencia porque ridiculizar a alguien es una manera de atacarle, humillarle y, en definitiva, violentarle; por mucha gracia que pueda hacer en el resto. Y el humor, como cualquier otra forma de expresión comunicativa, puede ser transmisor de ideas violentas, aunque se camuflen bajo una apariencia amable.

3) Paralelamente, no deja de chirriarme que Will Smith justificara su actitud violenta con mantras tan peligrosos como que «el amor te hace hacer locuras». Aunque su actitud de macho protector me incomoda, es cierto que también visibiliza la violencia que recibió Jada Pinkett-Smith; que de otro modo quizá hubiera pasado inadvertida. ¿Que había otras formas de visibilizar esta violencia? Seguramente. Pero ¿quiénes somos nosotros para fiscalizar la respuesta a una agresión? Desde mis ojos de feminista blanca, lo primero que veo es un hombre robándole a su mujer la opción de ser un sujeto que puede decidir qué hacer frente a un ataque y defenderse ella solita. Pero como sé que mis ojos de feminista blanca tienen sesgos racistas y no saben verlo todo, intento escuchar otras perspectivas (como la de las compañeras de Afroféminas) que remarcan la importancia de que alguien decidiera plantarse y se negara a tolerar que una mujer negra siguiera recibiendo violencia impunemente en un acto público.

4) Por otra parte, una parte de mí también entiende la respuesta violenta ante un ataque a alguien que amas. Repitamos todas juntas: el comentario de Chris Rock también es violencia. Una violencia retransmitida en directo en todo el mundo y reforzada por las risas de cientos de personas dando la aprobación al bully de turno y su agresión. A menudo nos ponemos las manos en la cabeza con el bullying en las aulas, pero el que hacen algunos humoristas frente a auditorios llenos y muchos adultos con sus grupos de amigos es un calco de las dinámicas de bullying.

5) Es una auténtica pena que, una vez más, el foco se ponga en la respuesta y no en la violencia que le ha suscitado. Todo el mundo tiene clarísimo que una bofetada es pasarse, pero ¿por qué no condenamos con la misma vehemencia la agresión que la ha detonado? ¿Por qué la violencia que encontramos más inadmisible es la del que se está defendiendo, si en el fondo es la más legítima de todas?

Quizás ya va siendo hora de que integremos que tradicionalmente se ha sido ejerciendo violencia contra colectivos minorizados a través del humor y que la libertad de expresión no es un derecho pensado para amparar los discursos de odio. Si queremos acabar con ciertas desigualdades, quizás tendremos que dejar de hacer bromitas sobre los mismos de siempre. O al menos, aceptar que os dejen de reír las gracias.

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