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Ramón Aguiló

Escrito sin red | Occidente se planta ante Putin

En un discurso memorable, Borrell proclamó ante el parlamento europeo que frente a un agresor poderoso que agrede a un vecino mucho más débil no podía invocarse la resolución pacífica de los conflictos; que nadie puede poner en el mismo plano de igualdad a agresor y agredido. Añadió que las medidas acordadas por la UE suponían de hecho la partida de nacimiento de la Europa geopolítica. Si hasta ahora, cuando se hablaba de geopolítica, solamente se citaban a EE UU, China y Rusia y se calificaba a la UE como un gigante económico, pero como un enano político, en función de su dependencia de EE UU en materia de seguridad, esta visión está en trance de cambio tras la invasión militar de Ucrania por parte de Rusia. La invasión ha despertado a la UE del sueño kantiano y le ha revelado lo que la historia siempre ha enseñado: que las normas basadas en la razón no son suficientes para hacer frente a los imperativos de la fuerza. El derecho internacional vale poco sin el concurso de la fuerza. Como apunta Lamo de Espinosa, no hay Kant sin Hobbes, como no hay Hobbes sin Kant; podemos seducir con la razón, como Venus, pero no iremos muy lejos sin Marte. El pensamiento de que en el mundo de hoy ya no es necesaria la fuerza es tanto como pensar en el fin de la historia. Occidente debe comprender que, del mismo modo que el orden cotidiano se vuelve anarquía en cuanto desaparecen las fuerzas de policía, el orden internacional es anarquía sin la amenaza creíble del uso de la fuerza.

Europa parece que lo ha comprendido. Si la UE ha estado a la altura para enfrentar financieramente la pandemia de la covid-19, ha dado un paso de gigante en el camino unitario de ser determinante en la geopolítica mundial al plantar cara al autócrata de Rusia con dos medidas contundentes: la separación de algunos bancos rusos del sistema de comunicación interbancario Swift y, especialmente, la congelación de los fondos del Banco Central ruso en Europa (la mitad de todas las reservas, estimadas en más de 600.000 millones de dólares) con los que Putin confiaba para financiar la invasión y ocupación de Ucrania. Asimismo, el paso dado por Alemania anulando la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2 y anunciando un presupuesto de 100.000 millones de euros para modernizar el ejército alemán suponen, como bien ha dicho Olaf Scholtz, la reacción alemana, por tanto europea, a la invasión rusa de Ucrania, «un cambio de era». No sólo la UE ha decidido aprovisionar a Ucrania con material bélico por un importe de 500 millones de euros, desde Alemania se suministran 1.000 armas antitanques y 500 misiles Stinger contra ataques aéreos. Alemania rectifica su política de apaciguamiento y contención de Rusia con la que Schroeder y después Merkel pensaban anclarla o engarzarla económicamente con Europa financiando a Gazprom para la construcción de Nord Stream 2. Ahora, socialdemócratas, liberales y verdes en el gobierno rescatan a Alemania de la larga expiación de la culpa colectiva que ha arrastrado durante casi ochenta años, la que el poeta Paul Celan le imprimió en su poema Todesfuge: «der Tod ist ein Meister aus Deutschland» (la muerte es un maestro de Alemania). Borrell lo explicitó dirigiéndose a Rusia: No vamos a cambiar gas por derechos humanos. A ver qué hace ahora el excanciller alemán a las órdenes de Putin. Primero la pandemia y después la invasión de Putin obligan a Europa, y también a EE UU, a revisar su política de deslocalización industrial, que ha dejado, merced a la globalización, en manos de China, un aliado de Putin, la fabricación de productos estratégicos para sus economías.

No es solamente la UE. De forma simultánea, dos países hasta ahora ajenos a la OTAN, como Suecia y Finlandia, aliados, pero no integrantes de la alianza militar, han anunciado el envío de armas a Ucrania para defenderse. Constituye otro cambio trascendental. Suecia ocupa una posición estratégica para la defensa de Europa y Finlandia es un vecino de Rusia que en 1939 sufrió la invasión de la Unión Soviética; tras el acuerdo de paz de 1940 tuvo que ceder a Rusia el 11% de su territorio y el 30% de su economía. La portavoz del ministerio de Defensa ruso, Maria Zakhàrova anunció «graves consecuencias políticas y militares» en el caso de que ambos países entraran a formar parte de la OTAN. Tanto uno como otro país se reafirmaron en su derecho a solicitar su entrada en la alianza militar. El paso de Suiza sumándose a las sanciones es otro acontecimiento trascendente.

El contraste entre el autócrata zar de Moscú y el presidente Zelenski no puede ser mayor. Uno se ha caracterizado por limitar los derechos de sus ciudadanos; por encarcelar a sus opositores; por el asesinato de periodistas como Anna Politkóvskaya; o el asesinato por envenenamiento de disidentes como Aleksander Litvinenko o Sergei Scripal, también el envenenamiento y cárcel para Aleksei Navalni que desde prisión llama a rebelarse contra Putin; por la barbarie y crueldad oriental con los que ha afrontado la guerra de Chechenia, el intervencionismo en casos de terrorismo, segando la vida a terroristas y rehenes rusos; el intervencionismo imperialista contra Georgia a propósito de Osetia del Sur y Abjasia, por no hablar de la anexión de Crimea ante la pasividad occidental, lo que le indujo a pensar que tenía vía libre para invadir Ucrania. Su entrada en Ucrania en nada se diferencia de la entrada de Hitler en Checoslovaquia. Zelenski ha concitado la admiración del mundo por su valentía defendiendo a Ucrania. Su vibrante intervención en la última sesión del parlamento europeo, reclamando la condición europea de Ucrania, su afirmación de que la defensa contra Rusia es una lucha por la libertad, por los mismos derechos del resto de Europa y su demanda de ayuda han estremecido las conciencias europeas.

Una referencia obligada a España. No cuenta Sánchez entre los protagonistas principales europeos por su alianza con Unidas Podemos, ERC y EH Bildu. Se ha rectificado a sí mismo en 24 horas (as usual) respecto al envío directo de armas ofensivas a Ucrania. Sus aliados en contra. PP, Ciudadanos y Vox, a favor. En horas tan cruciales para España y Europa y con la OTAN y EE UU como instrumentos de defensa, no debería poder seguir gobernando con antiatlantistas y antiamericanos.

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