Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Es la edad

Ayer eras una adolescente y hoy te pones crema reafirmante mientras la música de Bad Bunny suena desde una habitación del fondo de la casa. La vida

Emma Thompson JOHN MACDOUGALL

Las madres merecen una escultura. La mía, dos. Cuando le pregunto cómo lidió con nuestra adolescencia dice que no fue para tanto. Hace una pausa y añade que, al contrario de lo que hacemos ahora, no sobredimensionaba cualquier anécdota. Tomo nota.

La adolescencia es esa época en la que te levantas de mal humor, llegas al colegio y estás eufórica, dos horas más tarde tienes un bajón existencial y por la tarde te da un subidón que te comerías el mundo a bocados. Es una etapa en la que no sabes si te gustan uno, dos o tres chicos a la vez o si, en realidad, lo tuyo son las chicas porque la devoción que sientes por tu amiga del alma no puede ser normal. Es cuando no le das importancia a la higiene dental o a la alimentación equilibrada. Vivirías de pasta y cruasanes, te da igual quemarte el pelo haciéndote mechas con agua oxigenada y todo te avergüenza. Crees que tus padres no tienen estilo, te abruma verles bailar y les pides que te recojan unas calles más allá de la salida del cine. Tu palabra preferida es «no», tu actitud es cuestionarlo todo y un día te atreves a levantarles la voz. Tu mundo es tu habitación, tu música y tus conversaciones con amigos. Piensas en alguien y empiezas a sentir cosas en tu barriga. Te preguntas qué pasaría si un día te acariciara, recreas su olor y ¿de verdad que todos los besos van con lengua? Asco, curiosidad, ganas. Un lío. Aparecen los granos, los pelos, las tetas y la desproporción. Un día eres todo piernas y, meses más tarde, eres todo cuerpo. No te gustas. No te soportas. Te sobra, te falta, te comparas y sufres. La buena noticia es que el ciclón pasa y, un día, revives esa revolución desde tu condición de madre. Te sueltan la mano al ir por la calle y ya no te besan con tanta frecuencia. Te sientes pesada y sufres reacciones sobreactuadas por cualquier chorrada: porque otra vez haces puré, porque no tienen ropa suficiente, porque no les apetece ir a comer un domingo, porque preguntas demasiado, porque no se quieren cortar las uñas o porque ya está bien de decirles que dejen el móvil.

Sales de la ducha y te pones crema reafirmante. En otra habitación, un adolescente de la familia escucha reguetón (Señor, dame fuerzas) y piensas en las palabras de Emma Thompson, en la Berlinale, denunciando lo poco que las mujeres soportamos nuestros cuerpos y nuestra incapacidad para mantenernos quietas delante de un espejo y observarnos desnudas sin hacer nada. Sin meter tripa o ponernos de lado. Y mientras por ahí suena Bad Bunny, rememoras ese cuerpo adolescente que una vez fuiste y que hoy luce unos pechos más caídos y unas caderas más anchas y, cuando estás a punto de caer en la trampa y posar para intentar disimular todo eso, te das cuenta de que lo que quieres es sacar todo el jugo a las vueltas infinitas que da la vida. Ayer tú fuiste la adolescente, hoy convives con varios y pasado se emanciparán. Por eso, sales del baño y te acercas bailando a su habitación. Ellos se tapan la cara al ver aparecer semejante estampa. ¿Qué esperabas, alma de cántaro? Están en la edad.

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