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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Del amor y de la guerra

En el televisor interrumpen las imágenes de los tanques las de los anuncios de perfumes. Se mezclan San Valentín y el esperpento de la actualidad. Qué paradoja. Qué intriga. ¿Será esta la semana del amor o al final la de la guerra? En los anuncios siempre hay una guapa, envuelta en tules escapando de una fiesta. También algún guapo de torso perfecto en moto que la rescata. En las noticias, en cambio, no.

Que respiren tranquilos los fabricantes de perfumes. Los estrategas del Pentágono pronostican que la invasión rusa empezará el 15 de febrero. Los del Kremlim insisten en que su país «no avanza hacia la OTAN, sino al contrario. Es la Alianza la que se está acercando a nuestras fronteras» y así a ojo calculan que la «legítima defensa» se materializará a finales de mes. Desde casa, el Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, no espera que se alcance un conflicto «al estilo de la Segunda Guerra Mundial» y Putin nos recuerda que, aunque «el potencial militar de la OTAN y de la Federación Rusa es incomparable, Rusia es una potencia nuclear. Si estallara una contienda, no habría ganadores». Y el de la moto, que no viene…

‘Invasión’, ‘legítima defensa’, ‘ejercicio militar’ o ‘situación tensionada’; los eufemismos dependen del líder mundial que los pronuncie. Coinciden todos, eso sí, en que viven tiempos convulsos; pugnas de poder o la incertidumbre de elecciones -recientes o inminentes-, donde cada movimiento puede resultar determinante en el tablero político. Pudiendo apuntarse el tanto de trabajar con ahínco en la recuperación pospandemia, ¿quién necesita una guerra?

Desde aquel Biden que hiciera campaña defendiendo la retirada de tropas de Afganistán proclamando que «los estadounidenses no deben morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar por sí mismos» y ahora envía tropas a Ucrania. Con los índices de popularidad bajo mínimos y el expresidente -y aspirante-, Trump, calificando la toma de Kabul por los talibanes como «la mayor humillación exterior de la historia de EE UU». «Esta no ha sido una retirada, sino una rendición absoluta». Y el mismo Macron que hemos visto frente a frente -pero a seis metros de distancia- de Putin y no hace tanto declarara a The Economist que estábamos experimentando «la muerte cerebral de la OTAN» -tras la retirada de EE UU de Siria que Turquía, miembro de la OTAN, utilizó para atacarla-, a la vez que cuestionaba la validez del artículo 5 y base de la Alianza: «Las partes convienen en que un ataque armado contra una o contra varias de ellas se considerará como un ataque dirigido contra todas». Olaf Scholz, el nuevo canciller de Alemania, con demasiados intereses en el gaseoducto North Stream 2 y con temores fundados a que un conflicto con Rusia suponga el corte del suministro de gas en pleno invierno; el reelegido Antonio Costa, en Portugal, que tan siquiera ha tenido tiempo de constituir su nuevo equipo de Gobierno; Sergio Mattarella, también repitiendo Gobierno en Italia a pesar de su reiterada oposición, por la incapacidad de los políticos de alcanzar un consenso; Boris Johnson, vapuleado públicamente por las fiestas de Downing Street; o Pedro Sánchez, entre el dilema de que España albergará la próxima cumbre de la OTAN y la insalvable grieta con unos socios de coalición que se niegan en rotundo a apoyar una participación armada.

Teniendo como tenemos aún conflictos abiertos -como los talibanes en el poder en Afganistán tras 20 años de intervención de EE UU-, dice tanto cada desinterés por resolverlos, como el interés por iniciar otros nuevos. Habla sobre quien aspira a ocupar la vacante del liderazgo que dejó Angela Merkel; cuánto se juega cada dirigente en índices de popularidad en las encuestas, en la posibilidad de reelección e incluso, quién se juega continuar en el cargo. Y aunque cambio de canal, no escucho ucranianos…

Decía Mark Twain que «la guerra era el invento de Dios para que los estadounidenses aprendieran geografía». También decía John Lennon: «Haz el amor y no la guerra». Antes, incluso, San Valentín ya opinaba lo mismo. En tiempos de la Antigua Roma, poseedora del ejército más poderoso que jamás hubiera existido, el emperador Claudio II comprobó decepcionado que los jóvenes perdían el arrojo a la hora de entregar la vida en la batalla a medida que se casaban y tenían hijos. Como el amor resultaba un impedimento, el emperador promulgó una ley que prohibía las bodas. Y a otra cosa mariposa. Pero un rebelde sacerdote llamado Valentín no era partidario de ponerle puertas al campo ni candados al amor y continuó celebrando bodas en secreto. Y si alguien aún piensa que el amor todo lo puede, que sepa que el bueno de San Valentín fue descubierto y en el año 270, un 14 de febrero… murió decapitado.

Qué paradoja. Qué poco hemos aprendido… Tanto tiempo después, en el televisor aún interrumpen las imágenes de perfumes, las de los anuncios de la guerra.

@otropostdata

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