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Antonio Papell

La ortodoxia económica amenaza de nuevo

El presidente de la Reserva Federal americana, Jerome Powell, ha hecho saber a todo el orbe que está predispuesto a una subida de tipos de interés sobre fondos federales y letras del tesoro por una cuantía de al menos 200 puntos básicos a finales de 2024. Más que la intensidad de la subida, lo relevante es el cambio de tendencia, porque inmediatamente, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, se ha sumado a la iniciativa: «créanme, cuando las condiciones se cumplan —ha dicho Lagarde—, actuaremos porque es nuestro deber».

Cuando las autoridades económicas europeas, de acuerdo con las norteamericanas, se enfrentaron a la crisis sanitaria de 2020 por el procedimiento keynesiano, es decir, mediante fuertes inyecciones de inversión pública que mantuvieran vivas las empresas comprometidas y que a la hora de la recuperación ceben la bomba de la inversión privada, muchos pensamos que las veleidades monetaristas del neoliberalismo fracasado habían cesado definitivamente. Pero no hay tal: volvemos a las andadas, y los resultados pueden ser catastróficos.

James K. Galbraith, conocido economista y ensayista norteamericano inscrito en la órbita del Partido Demócrata, acaba de defender la tesis de que la razón declarada para endurecer la política monetaria es «combatir la inflación». Pero las subidas de tipos de interés no harán nada para contrarrestar la inflación a corto plazo y actuarán contra los aumentos de precios a largo plazo provocando otro colapso económico. Detrás de esta política hay una teoría misteriosa que vincula las tasas de interés con la oferta monetaria, y la oferta monetaria, con el nivel de precios. Esta teoría «monetarista» fue abandonada en gran medida hace 40 años después de que contribuyera a una debacle financiera», En efecto –sigue explicando Galbraith-, «a fines de la década de 1970, los monetaristas prometieron que si la Reserva Federal se orientaba solo a controlar la oferta de dinero, la inflación podría controlarse sin aumentar el desempleo. En 1981, el presidente de la Fed, Paul Volcker, lo intentó. Las tasas de interés a corto plazo se dispararon al 20%, el desempleo llegó al 10% y América Latina se sumió en una espiral de crisis de deuda que casi acaba con todos los grandes bancos de Nueva York. A finales de 1982, la Reserva Federal se había retractado». Pero esta retractación no ha sido sincera: durante décadas, no ha habido casi inflación en los Estados Unidos; pese a ello, la Fed ha estado atenta a las «expectativas de inflación» y ha elevado periódicamente las tasas para «anticiparse» al problema… y felicitándose luego cuando no hubo problema que resolver.

En la hora actual, y tras esos cuarenta años de temores infundados, la situación sí es distinta: hay una evidente y radical subida de precios, independiente del sistema económico, que básicamente afecta a la energía y a las materias primas. Los oligopolios de oferta y los carteles de países productores han elevado el precio a cotas exorbitantes, y la crisis sanitaria ha creado cuellos de botella en los suministros, y estas carencias han provocado ciertas alzas (como la de los coches usados, ya que los nuevos no podían fabricarse por falta de chips). Y como es lógico, este efecto se ha filtrado poco a poco en toda la economía. Pero la subida nada tiene que ver con un exceso de flujos monetarios, de liquidez.

En otras palabras, no hay modo de evitar que los precios que se han elevado —combustibles, electricidad— dejen de hacerlo. Por lo que las maniobras tanto de la Fed como del BCE encaminadas a «contener la inflación» tendrían que actuar sobre «otros» precios para que la inflación media se contuviese y reculase. Pero, ¿cuáles son los precios que los bancos centrales quieren reducir? Pues es muy obvio: como dice Galbraith, «los salarios, por supuesto». Y sobre todo los salarios en el sector servicios.

En suma, la subida de tipos y la retirada de estímulos no frenarán la inflación y sí empeorarán la vida de la gente, especialmente la clase trabajadora. Deberían meditar las autoridades europeas si es lógico que sigan dócilmente los dictados axiomáticos de la Fed cuando nada justifica sus políticas restrictivas y cuando todos recordamos que fue la política financiera norteamericana, con sus hipotecas basura, la que desencadenó la gran crisis de 2008.

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