No sé si finalmente habrá guerra en Ucrania, pero un conflicto en la región tendría un efecto multiplicador sobre la economía agraria de toda Europa. La FAO contaba con los buenos pronósticos de las cosechas en la Federación de Rusia y Ucrania para frenar el alza en los precios de los cereales del año 2021. Las amplias y fértiles estepas de Ucrania que antaño aportaban el 25% del cereal de toda la Unión Soviética, hoy producen el 13% del trigo que se comercializa en el mundo. Las provincias que rodean las zonas de combate de Donetsk y Lugansk son las de mayor producción del país. El problema no es solo Ucrania, la Federación de Rusia, es el quinto productor mundial de cereales, y aunque el sector agrario no aparece en el listado de los afectados por las sanciones económicas de EE UU, de manera indirecta el posible aislamiento de Rusia del sistema de transacciones financieras internacionales frenará su comercio internacional, y para colmo, Kazajistán y Rumanía, otros dos grandes productores de cereal, dependen para sus exportaciones de la salida a través del Mar Negro, que es uno de los puntos calientes del hipotético conflicto.

El miércoles pasado, un conocido ganadero de leche de Campos tuvo la amabilidad de mandarme varias facturas con las que comparar el precio de los insumos del último mes de 2021 con los del mismo mes del año 2020. Hemos terminado un año nefasto en el que se han unido los efectos de la pandemia, con la crisis energética, y la crisis de la cadena de suministro, pero los pronósticos para 2022 no son alentadores para el sector. La urea – el fertilizante nitrogenado más popular y de mayor uso en el mundo – incrementó su precio un 172%. Los cereales y piensos han subido de media un 40%. El precio de la cebada puesta en puerto de Barcelona creció un 60% en el último año. El mismo día participé en Menorca en la constitución de la Mesa de Seguimiento del Acuerdo Lácteo firmado en diciembre, y uno de los temas de debate fue exactamente el mismo. La preocupación se ha convertido en angustia debido a la impotencia. Imaginen lo que puede ser tener 70 vacas que dependen de ti, a las que dar de comer cada día y que cada factura de pienso sea de 4.000 euros.

Aunque el precio de los fertilizantes haya subido de forma astronómica, no sembrar no es una opción, pero sí lo es reducir su uso. En el primer abonado de fondo, muchos agricultores de cultivos extensivos – cereales, oleaginosas y proteaginosas de las que se alimenta el ganado - han utilizado productos de menor graduación y la consecuencia se notará en el rendimiento de la próxima cosecha. La estimación de la Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España para la campaña 2021/22 muestra un descenso general de producciones, en el entorno del 18%. La producción de trigo blanco, en toda España, se situará un 15,5% por debajo de la de 2020. Por lo que se refiere a la cebada, las estimaciones de producción han caído un 20%. La producción sembrada de avena es un 17,29% inferior a 2020. Por último y respecto a trigo duro, la caída prevista es de un 24%.

La cadena de hechos es tremenda y desde un territorio insular como Baleares poco podemos influir en su evolución. Pero lanzo varias reflexiones a caballo entre lo práctico y estratégico que analizaré en mis siguientes crónicas. En el corto plazo, hay que explorar la posibilidad de incorporar los piensos y fertilizantes como materias primas no energéticas dentro de las ayudas al transporte. Si queremos conservar la ganadería, es imprescindible recuperar ciertos niveles de producción de cereal combinado con un «Plan Proteico» de fomento de producción de oleaginosas y proteaginosas que sea razonable de acuerdo a nuestra realidad. Poner en valor el uso del estiércol y los purines, pero bien equilibrados, gestionados y utilizados, es una alternativa que podemos impulsar. Por último, el Proyecto de «Tanca el Cercle» del Departamento de Medio Ambiente del Consell Insular de Mallorca resulta cada vez más estratégico.