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Isabel Olmos

Niños de llave

El teletrabajo es irreal cuando se friegan pisos o se limpian las calles para que no haya virus. Las cuarentenas, una condena para las familias que no pueden decir ‘no’ a ir a trabajar. Y más si eres mujer, estás sola con un hijo y las administraciones te han olvidado

Cuando era pequeña, mi abuela materna me contó un día, provocando mi estupefacción infantil, que la suya encerraba a sus tres hijos en casa bajo llave cuando se iba al campo a trabajar. Lo hacía por dos motivos: el primero, porque no tenía a nadie a su alrededor a quien pedir ayuda después de huir de su marido y emigrar, sin nada en los bolsillos, a otra parte de España más próspera que su áspera tierra. El segundo motivo, obviamente, era protegerles del propio padre de las criaturas ya que, una vez que éste logró encontrarles, adoptó la perversa costumbre de esperar a que ella se fuera a trabajar para llevarse a sus hijos a un hospicio u orfanato de ubicación desconocida. Días y días tardaba mi tatarabuela en volver a encontrarles, toneladas de angustia y culpabilidad mediante, arrastradas por los arrozales del Delta del Ebro.

Al margen de la violencia vicaria en sí, que merecería otro artículo aparte, el otro día me quedé atónita escuchando el testimonio de una mujer, madre sola con un hijo, que me retrotrajo inmediatamente a esos mil ochocientos noventa y tantos...pero 130 años después. En el mes de enero de 2022, con dos años de crisis sanitaria a nuestras espaldas, Sonia explicaba cómo las familias monoparentales han sido abandonadas por las administraciones públicas en todos los sentidos, hasta el extremo de obligar a muchas de estas familias, la gran mayoría formadas por mujeres, a tener que dejar a sus retoños solos en su vivienda para poder aportar la comida a casa. Niños de llave, se les llaman, porque existen y tienen un nombre. Ellos y lo que les sucede.

‘¡Mala madre!’ se reprochaba a sí misma Sonia mientras realizaba un trabajo considerado esencial por el Gobierno, a media jornada, mal pagado y peor tratado, para poder estar más horas con su único hijo, solo en casa por el positivo de un compañero de escuela. ‘Mala madre’ le espetaron también, aunque más sutilmente, con miradas y algunos interrogantes insidiosos, ciertos conocidos cuando les explicó lo que hacía para no perder el poco ingreso que llega a casa. ‘Mala madre’, le recuerdan los gestores públicos que no han creado en años (¡en años!), ni mucho menos ahora, mecanismos para que ella pueda salir adelante sola con su hijo, como cualquier familia, y garantizar que, además de alimentado y limpio, el menor pueda desarrollarse a otros niveles como el que proporcionan las extraescolares. ‘Me dejo la vida y no llego’, se lamentaba Sonia, ‘no hay descuentos, ni rebajas tarifarias, ni ninguna consideración en casi ningún sitio y eso impide que mi hijo pueda acceder en igualdad de condiciones a lo que sí pueden acceder otros niños’. Les comparan, añade, con las familias numerosas cuando solo son dos y casi nunca hay nadie con el que turnarse más allá de un abuelo o una hermana, si las hay. El teletrabajo es irreal cuando se friegan pisos o se limpian las calles para que no haya virus. La comprensión y la empatía, quimeras inexistentes.

Pero, lo peor de todo, lo tiene claro. A pesar de tener todo en contra, a pesar de las advertencias de amigas que le dijeron ‘dónde te vas a meter’, a pesar de ser la primera en su familia en atreverse a ser madre en solitario, a pesar de los eternos ‘¿y el padre?’, a pesar de todo ello, lo peor es cuando de noche y sin apenas casi descansar, en vela porque el horario de mañana tampoco encaja y el encargado ya la tiene advertida, lo peor, lo peor de lo peor, es sentir que a veces se arrepiente. Y llora. Porque eso es lo peor.

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