Diario de Mallorca

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Nuestro turismo insular, y por lógica proyección nuestra hostelería toda, viene sufriendo desde hace ya casi dos años esta especie de invierno nuclear pandémico, y seguramente pospandémico, de una precariedad nada desdeñable, aún cuando los que viven en ella y de ella sigan bregando para elevar la cabeza un poco por encima de la marejada; y me atrevo a utilizar el indefinido adjetivo en femenino singular «toda» cuando refiero a la hostelería porque tengo la firme convicción que desde las grandes cadenas hoteleras hasta el más enano chiringuito o tasca, todos y cada uno con sus formas, límites y maneras, crean empleo y suman a esa macroeconomía que suelen utilizar algunos pero solo a lo grande, en magnificentes peroratas, pero olvidando tontamente aquello de que una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil.

Claro, en esa situación de precario cualquier contratiempo, que en otras circunstancias tan solo sería objeto de burla o chanza, se convierte en valladar casi insalvable, en sumo contratiempo. Y es por ello que barrunto que nuestros profesionales en eso del vender, servir o repartir copas o bebidas no pueden tolerar que nadie menoscabe sus asuntos y sobre todo no pueden aceptar competencia desleal ninguna; mayormente cuando el pedregal nos cae desde allende nuestras fronteras, como es el caso; ya tenemos a nuestros autóctonos y propios denigradores atacantes del sector, vamos servidos de eso. Gracias por la ayuda del extranjero, pero no gracias.

Y es por ello que soy de la inamovible opinión de que el sector, en particular los que rondan y laboran en la zona de Punta Ballena no pueden dejar pasar un segundo más sin emprender acciones legales al máximo nivel contra el Honorable Prime Ministre del Reino Unido, Mr. Boris Johnson, lo cual no debiera ser considerado nada fuera de lo ordinario, si las cortes británicas admiten una acción contra quien fuera nuestro Jefe del Estado, haya sido su comportamiento más o menos reprobable, más o menos merecedor de reproche, no veo inconveniente, aunque solo fuera por aquello de la reciprocidad entre estados, en que un Juzgado del partido judicial de la Roqueta no pueda hacer los mismo contra el primer miembro del ejecutivo de Albión. Los británicos, por iniciativa del tal Boris, por lo que se ve, han abierto una zona de copas, francachelas y borracheras en pleno centro de la capital londinense, no sé si con o sin licencia municipal, que pretende competir con nuestra muy leal y noble zona de Magaluf y la iniciativa no proviene del la libertad de empresa, como sería de esperar, ni de la iniciativa particular, sino que tiene su origen en decisiones puramente gubernamentales, ministeriales podría decirse.

Y eso de ninguna manera; debemos defender, como diría otro Primer Ministro británico, batallando en las playas, en las colinas y en las calles, el buen nombre de nuestra zona de copas mundialmente conocida y añadir que jamás nos rendiremos en esa lucha, pues si permitimos que ese caballero anglosajón, que parece siempre mantener una muy tóxica relación con su peluquero, convierta Downing Street en un Magaluf británico posbrexit, entonces todos esos británicos que contratan de ordinario esos alrededor de setenta centímetros de espacio aéreo, esa habitación de hotel para dormir las correspondientes monas obtenidos en arduas happy Hours, se gastan sus Pounds aquí, y aún se convierten en involuntarios consumidores de arreglos hospitalarios isleños y, con pesar lo añado, de algún que otros servicio de traslado funerario tras ciertos saltos «balconeros» de negativos resultados; dejaran de hacerlo para nuestra desgracia. Los británicos en su conocido afán de las acciones de corso quieren ahora piratear nuestra más famosa zona de tardeo, nocheo y madrugueo internacional más famoso y eso no.

Si hay que llegar a tribunales internacionales de comercio para ello, lléguese pero esa afrenta es inadmisible; lo de Gibraltar tiene un pase pero esto último en absoluto, esto es la guerra. Si el Sr. Johnson quiere invitar a amigos y conocidos a fin de que se pongan hasta más arriba de las cejas de licores varios con el objetivo de perder de vista el mundo que les rodea, dejar sus fluidos corporales sobre las aceras y demás rastros causados por festividades, guateques y copeos, que se comporte como sus demás conciudadanos y proceda a adquirir el correspondiente paquete turístico magalufense y cese de inmediato en su actitud y comportamiento, de esa manera quizá consiga lo casi imposible, contentar al tiempo a británicos y mallorquines, o quizá no.

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