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Norberto Alcover

Tal vez, el rescoldo (II)

En estos quince días desde mi último texto, se me ha hecho todavía más evidente que solamente nos sostienen los rescoldos ancianos y presentes. Lo sucedido en Ucrania, la invasión China de África, la suciedad de la política inglesa, nuestra controversia sobre los cerdos, la creciente división entre los norteamericanos, una inflación que socava los aumentos salariales, la sustitución de la excelencia por la mediocridad en nuestro futuro educativo, pero sobre todo esa gesticulación permanente desde la frivolidad en detrimento del pensamiento y de la cultura general, convierten quince días en una eternidad. Y uno insiste: solamente nos quedan los rescoldos. Esa bruma de esperanza que se alza desde los más humildes, quienes soportan, al final, las consecuencias de nuestra petulancia y, en fin, soberbia. Vale la pena escribir de tales rescoldos y enfatizarlos para sobrevivir con un mínimo de dignidad.

Pienso en tantas mujeres que, lejos de feminismos radicales, mantienen familias, empresas, ancianidad, y cuando gritan lo hacen sin pancartas exageradas, solamente mostrando su penuria, el derecho radical a su propia dignidad. Pienso en esos ancianos y ancianas, que de todo hay, que soportan días y días en soledades y dolores sin cuento, en ocasiones cuidados por inmigrantes que lloran mientras derraman su ternura sobre esos olvidados de la fortuna, y que han muerto en cadena en nuestras residencias, y pasa nada de nada. Pienso en tantos hombres y mujeres de las Fuerzas de Seguridad que se ven obligados a defender en la calle los errores de nuestra clase política, y en ocasiones reciben el desprecio de los intelectuales a la violeta. Pienso en tantos y tantas que se ven obligados a dejar España para buscar trabajo en otros lugares mientras aquí mismo necesitamos jóvenes que ocupen tareas en beneficio del bien común. Pienso en esos cristianos españoles que en lugares peligrosos, dejados de la mano de Dios y de las grandes potencias, de nosotros mismos, se mantienen junto a los miserables para ayudarles a bien morir y a vivir algo mejor. Pienso en una prostitución en ascenso, aquí mismo, entre nosotros, ejercida en tantas ocasiones por respetables mujeres que están al borde de la desesperación. Y tantos pensamientos más que se abalanzan sobre mi conciencia posnavideña, en este naciente y abrasador arranque de 2022.

Toda esta gente, conciudadanos en lugares distintos, mantienen nuestra necesaria dignidad precisamente en su dolor oscurecido por el silencio y una cierta sospecha de indignidad que los maltrata. Ellos y ellas son los rescoldos que nos sostienen en silencio, contra toda adversidad, más allá de nuestras torpezas de todo tipo. Me dirán que algunos de ellos y de ellas tampoco son admirables ejemplos para la sociedad, y yo responderé que precisamente ahí, en su terrible enfermedad moral reside su grandeza: en que sean como sean significan nada para el resto. Perseguimos las plantaciones de marihuana, por ejemplo, pero la cocaína sigue desperdigada por nuestras ciudades, y pobres hombres y mujeres se incluyen en este feroz negocio solamente porque «algo les queda», conscientes del daño que hacen. Parece mentira, pero nuestra pretendida dignidad de un país «en recuperación» se desagua por estos acantilados oscuros, desasistidos, agobiantes, mientras miramos hacia otro lado, mientras el dolor de nuestro mundo está ahí, mirándonos a la cara. Bien sé que propongo una casi contradicción, pero no hay mayor contradicción que gozar de un suficiente bienestar y no querer compartirlo. Los perdedores nos elevan a los cielos porque redimen nuestro propio dolor, hechos rescoldos admirablemente elegidos para la gloria de todo un país, de toda una sociedad.

Y además, esos rescoldos encuentran siempre algunos ciudadanos maravillosos que se preocupan de ellos y de ellas, que se dejan la vida para que no mueran, y que a derechas y a izquierdas son abatidos por las polémicas parlamentarias que denigran nuestras esperanzas. Sí, el mejor rescoldo es el que apenas se ve, el que mantiene un silencio hegemónico del desastre humano, y que solamente, de vez en cuando, merece algún premio que nos tranquiliza la conciencia. Tendríamos que dejarles hablar en voz alta, porque nadie como ellos y ellas tiene la dignidad acumulada junto al dolor humano: en definitiva, nos sustituyen ante un futuro aciago. Rescoldos de otros rescoldos.

Y precisamente por esta gente tan del montón, es posible esperar sobre toda desesperanza: porque hay gente sencillamente buena, tal y como decía Antonio Machado, que no en vano murió en el exilio. Y todo esto lo contempla Dios. Y parece que no actúa. Pero Dios, para los creyentes, está muy presente en tales rescoldos, manifestando una vez más su potencia en la vulnerabilidad. Y Dios nos mira y nos hace responsables. Pero también es verdad que ese Dios acoge tanta indignidad y una vez más, la crucifica. De nosotros depende, cómo no, que se produzca nada menos que una resurrección esperanzada. Las cosas son así.

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