«Nos encontramos por Tinder» es una frase bastante repetida hoy en día cuando hablamos con amigas sobre encuentros o relaciones sexoafectivas. Y yo me lo creía, por eso hace aproximadamente un mes o dos intenté instalarme varias aplicaciones de citas, para intentar encontrar un equilibrio entre la desidia y la esperanza. Pero ahora que he leído uno de mis libros pendientes, El algoritmo del amor, de Judith Duportail (Contra, 2019), solo podré contestar a todo el mundo que me diga la frase que encabeza el artículo: «No os habéis encontrado, Tinder ha querido que os encontrarais».
Vivimos en una época en la que elegimos poco, lo digital ha inundado nuestras vidas a través de anuncios personalizados y generación de necesidades sobrantes. Nuestros estilos de vida dependen de una de las dictaduras más perfectas del mundo: los algoritmos. Y las relaciones sexoafectivas no se salvan.
Leyendo a Duportail me doy cuenta de que la gravedad de estas aplicaciones no es solo encontrar cierta indigencia emocional o egos doloridos camuflados con fotos perfectas, es toda la maquinaria que las sostiene. Cuando regalamos nuestros datos, nuestro tiempo y nuestro dinero (con las diversas opciones de pago que proponen), no imaginamos que hay todo un engranaje para decidir cómo y a quién deseamos. ¿Y cómo lo hacen? Crean unas puntuaciones que nos sitúan en un ranking de deseabilidad basado en datos visuales y, sobre todo, demográficos, que no responden a nuestros intereses, sino a los intereses del sistema imperante y de las propias empresas. Unas empresas que han aumentado en un 50% su volumen de negocio durante la pandemia, por cierto.
Con tal panorama, no es extraño que sociólogas como Eva Illouz hablen del fin del amor. Lo extraño y preocupante es que la inseguridad y la incertidumbre ontológicas nos aboquen a participar de estos formatos y no a generar alternativas que nos aporten bienestar real. Y yo, qué queréis que os diga, pienso que si alguien debe elegir por mí, que sean mis amigas. Aplicaciones desinstaladas y enviar artículo.