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Matías Vallés

Al Azar

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Djokovic cancela la ley del deporte

Si usted tenía entradas para ver a Djokovic en el Melbourne Arena, seguro que está encantado de que el serbio haya sido expulsado de Australia como corresponde a todo inmigrante ilegal, y le veo satisfecho ante la sustitución del número uno del mundo por el tenor Caruso, el 150 del ranking. La expulsión del paraíso decretada contra el mejor tenista de la historia cancela la ley del deporte, que dicta que todo les está permitido a los campeones. Costará un poco adaptarse a la nueva reglamentación, empezando por desalojar de Marbella al ganador de veinte Grand Slam, porque un mentiroso no merece la residencia española.

Para convencerse de la maldad de Djokovic, fueron especialmente ilustrativos los análisis de los periodistas y futbolistas españoles desplazados a Arabia Saudí. Allí, cuatro equipos disputaron la Supercopa pagados por el régimen que descuartiza a periodistas para almorzar, y donde las mujeres no pueden pasear solas por la calle ni cubiertas de los pies a la cabeza. Legalmente, claro, lo cual satisfará a los numerosos constitucionalistas que han florecido para analizar el caso inaceptable del serbio, parecían epidemiólogos reconvertidos.

El repugnante comportamiento de Djokovic en Australia también modifica la valoración de los futbolistas ladrones con camiseta blanca o azulgrana, que fueron juzgados por lo penal como defraudadores masivos al fisco español. Es verdad que los aficionados con sueldos de miseria se dirigían al juzgado para aplaudir a los magnates, y que su fama y haberes no han sufrido la mínima merma, pero seguro que esto cambia desde hoy mismo. Dado que un antiimpuestos es más indeseable que un antivacunas, cesará asimismo la ovación y el patrocinio a los emigrados de lujo a Andorra y Mónaco. Y suerte que los 6.500 obreros inmigrantes fallecidos levantando las estructuras del Mundial de Catar’22 han perdido la vida legalmente, en ese paraíso de los derechos humanos y del terrorismo islamista. De lo contrario, y siguiendo la estela de Djokovic, habría que replantearse la participación en el torneo. Si ya era un sueño que los multimillonarios se defendieran a sí mismos, la pérdida de la impunidad es una revolución.

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