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Ana Bernal-Triviño

El aumento de la violencia vicaria

Estos días se ha conocido la autopsia de Olivia, una de las pequeñas de Tenerife asesinadas por su padre, Tomás Gimeno. En aquellas semanas se habló de si él llegó a retenerlas con vida unas horas o días, o si ellas murieron al ser arrojadas al mar. Ahora se sabe que aquel audio con la voz de la pequeña, que él llegó a mandar a la madre desde su móvil, eran los últimos minutos de vida de Olivia. Justo después la asfixió. Él salió de la casa con sus hijas asesinadas. Hoy escucho en las tertulias hablar de nuevo de él como un «monstruo» y muy poco de hablar de él como un «machista», que es el origen de su comportamiento. Hasta que no nombremos esto por su nombre, no vamos a encontrar la solución. Y hasta que no invirtamos en educación para paliar esto, tampoco.

Ver que su expareja reinicia su vida y perder el control sobre ella son los motivos que subyacen en estos machistas. En él y en cada uno de los siete padres que en 2021 asesinaron a sus hijas o hijos. La violencia vicaria, en su peor fin, ha aumentado este último año. Porque así golpean donde saben que más dolor eterno ocasionarán en sus madres.

Terminamos 2021 con otro padre que asesinó a su hija. Un hombre conocido por su compromiso con causas sociales, como si eso fuera un comodín de salvación. Estamos cansadas de repetir que el machismo es transversal o de que cuando a algunos de estos hombres de izquierdas se les señala su comportamiento machista reaccionen ofendidos. Asumamos que hemos sido educados en un machismo que tenemos que quitarnos de encima. La violencia machista se ha consolidado como tercer delito más cometido entre los 47.000 presos de las cárceles españolas, representando casi el 10%. La violencia machista le cuesta a España 30.000 millones de euros anuales, según un estudio de la Unión Europea. De hacer las cosas bien y de no seguir educando machistas, cuánto dinero nos ahorraríamos y cuántas vidas se habrían salvado. Más inversión y más prevención es el único camino.

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